Un réquiem por el señoritismo andaluz

Autor: Alberto Guallart || Fecha:   Conversaciones, Ficción, Letras

El periodista y aristócrata sevillano Ignacio Romero de Solís publica su primera novela, 'Palmagallarda' (Renacimiento, 2016), una obra donde retrata el fin de fiesta de la nobleza andaluza en vísperas de la sangrienta Guerra Civil española. Señoritos y servidumbre alternan y se desenvuelven en una época que ya no les toca, a espaldas de un tiempo que no es el suyo... pero nadie se da cuenta de ello.

Lo último de Romero de Solís, tras una veintena de traducciones y miles de artículos periodísticos, es una novela, o una novela que ha de iniciar una trilogía sobre un fin de raza, el de la nobleza andaluza en los momentos previos a la Guerra Civil. Palmagallarda aporta otra luz y otras claves interpretativas al desentrañamiento de nuestra asendereada historia reciente. Aquí no hay contenido acusatorio ni nostalgia. Tampoco el tono zahiriente del don Guido machadiano. La novela acaba con los primeros tiros que se dieron el 18 de julio de 1936.


Ignacio Romero de Solís, el autor, nació en Sevilla en 1937, hijo del coronel Ignacio Romero Osborne, excombatiente y caballero mutilado en la Guerra Civil, noble andaluz de ideas y convicciones a contracorriente que ganó y perdió la Cruz de San Hermenegildo por defenderlas. Algo de esta heterodoxia se rastrea en su hijo, el VI marqués de Marchelina.

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  • Ignacio Romero de Solís frecuenta desde muy joven círculos políticos próximos a la izquierda, entiéndase el PCE, y desde ahí empieza sus intrigas y manejos contra la dictadura. Conspiraciones que, en 1961, le acarrean la detención y la apertura de un Consejo de Guerra acusado de atentar contra la seguridad del Estado. Pasa, en consecuencia, unos meses en la cárcel de Carabanchel y posteriormente cumple arresto domiciliario en la sevillana casa paterna de la calle San Vicente. 
  • La presencia de la policía armada a la puerta de la vivienda y la fiscalización que ésta hace de quienes entran y salen de la misma fuerzan a nuestro autor a exiliarse a París en 1963.
  •  En París inicia estudios de Economía en La Sorbona y traba conocimiento y tratos con otros españoles exiliados, Santiago Carrillo y Jorge Semprún, entre otros.
  • En 1966 regresa a España y trabaja en la revista España Económica hasta el cierre gubernamental de esta publicación. En 1973 forma parte del grupo fundacional de Cambio 16 y por estos años traduce para la histórica editorial Siglo XXI a los filósofos estructuralistas franceses.
  • Entre 1974 y 1976, con Franco aún en El Pardo, funda, dirige y colabora en la Ilustración Regional, una revista de información general y pensamiento que pretendía crear un estado de opinión en las oligarquías económicas y culturales favorables a la democratización y descentralización de España. Entre los numerosos impulsores y colaboradores de aquella publicación figuran la actual Defensora del Pueblo, Soledad Becerril, el académico Rafael Atienza, Ramón Carande, Castilla del Pino o Antonio Ramos Espejo.
  •  En 1979 es nombrado asesor del ministro de Hacienda, Jaime García Añoveros, y en 1980 director de Radio Televisión Española en Andalucía, cargo que ocupa hasta 1983. En los 80 mantiene columna en el diario Abc y a principios de los 90 es nombrado director de Antena 3 Televisión en Sevilla.

 

– El origen del proyecto o idea de la novela tienen fecha y lugar concretos. Y un inspirador de excepción: Orson Wells. Hábleme de cómo pudo Orson Wells inspirarle una novela sobre el señoritismo andaluz.

– Un 29 de junio, festividad de San Pedro, patrón de Burgos, no recuerdo bien si de 1969 ó 1970, en los carteles de su entonces afamada feria estaban anunciados Antonio Bienvenida y Antonio Ordóñez, al que apoderaba Domingo Dominguín, que también era apoderado de aquella plaza. Dominguito –como se le conocía en el peculiar universo taurino– era un personaje fabuloso, generoso hasta extremos inauditos, de inteligencia e imaginación pasmosas y con un atractivo personal irresistible, Dominguito, pues, había invitado a la corrida a un pequeño grupo de amigos entre los que yo tenía la suerte de estar incluido. Domingo nos había citado a comer en Casa Pedro, un típico restaurante castellano de la época, sin lujo pero en el que se comía muy bien, sentados en banquetas corridas y con un servicio muy ajustado. En España, y más entre taurinos, la hora de comer es un indicativo temporal bastante vago, yo, aún consciente de ello, me presenté poco después de las dos de la tarde. En el amplio comedor no había nadie, salvo un hombre extraordinariamente corpulento, quien, en un rincón y junto a un ventanal, estaba medio escondido tras una pirámide de cangrejos de río y al menos dos botellas de vino de Rueda que ya había trasegado. Al punto le reconocí, era Orson Wells, admirador y seguidor de Ordóñez (sus cenizas reposan hoy en Ronda en una finca que fue del matador), y muy amigo también de Dominguito.

– ¿Y entonces?

– Me senté y comenzó entonces una charla “à bâtons rompus”, como dirían los franceses; es decir, desordenadamente, pasando de un tema a otro. Wells comenzó por exculpar su prematura presencia y el hecho de haber empezado a comer por su cuenta. Me dijo que, a diferencia de las mujeres que pueden hacer o pensar distintas cosas al mismo tiempo, él necesitaba concentrarse en una sola, y que aunque hablaba bien y comprendía mejor el español, sabía que se le iban a perder muchos detalles en una conversación en la que hablarían varios interlocutores de forma cruzada y empleando el variado léxico taurino. De esta forma prefería comer a su gusto tranquilamente para luego, con todos los taurinos a la mesa, no probar bocado ni beber nada para concentrar así toda su atención en la charla de los comensales. Wells, como su casi coetáneo Hemingway, seguidor también de Ordóñez y amigo de Dominguito, era un admirador de España y por extensión de la cultura española. En un momento de la conversación confesó que su ilusión sería hacer un filme sobre una clase social exclusiva de España y sobre la que pesaba también una imagen extraordinariamente negativa: el señoritismo andaluz. En una época tan cerrada a influencias extranjeras, a Wells le llamaba la atención que en España existieran aquellas personas, que viajaban por todo el mundo debido a sus negocios (exportadores de vinos de Jerez o naranjas amargas de Sevilla), que hablaban inglés y francés, y que al tiempo que eran grandes empresarios industriales o comerciales, eran asimismo grandes terratenientes, ganaderos de reses bravas, aficionados al flamenco y a veces incluso rejoneadores. A Wells le fascinaba más ese mundo que el de los banqueros o industriales al uso, mucho más que el de los literatos y cineastas. Wells, sin embargo, también me confesó que jamás podría hacer una película sobre los señoritos porque le quedaría prohibida su entrada en el país, cosa que no estaba dispuesto a aceptar, ya que en esos momentos de su vida le resultaban irrenunciables los meses que pasaba en España, particularmente en la Feria de Abril de Sevilla, la “isidrada” madrileña, los sanfermines navarros, la “goyesca” de Ronda, o en los otros festejos taurinos que salpicaban la geografía peninsular.

– Vaya con Wells…

– A Orson Wells le debo, pues, este interés en fijar la atención en esa clase social tan desprestigiada. Mi análisis desde dentro, sin duda, no responde quizá a las intenciones e inteligencia del genial cineasta, pero desde aquel día y desde aquella larga e intensa conversación he tratado de analizar esta clase social y bucear en sus valores al margen de los feroces tópicos dominantes.

– Curioso y monumental Orson Wells…

– Desde luego. Recuerdo que entonces me defendió una divertida y perspicaz teoría, y era que cuando veía en Londres a un inglés “pasado de inglés”, esto es, a un perfecto e impecable gentleman, no lo dudaba, se iba hacia él, trababa conversación y, en efecto, tal y como sospechaba… ¡era de Jerez de la Frontera!

– ¿Cuánto de autobiográfico hay en Palmagallarda? Me imagino que al narrar el hundimiento de una clase social a la que se pertenece, literatura y biografía tienen que entrecruzarse a menudo.

– Sin duda hay mucho de autobiográfico en la minuciosa reconstrucción que hago en la novela de un mundo perdido, pero no en los personajes, sino en las circunstancias y en las mil cosas que los rodean, eso que los anglosajones llaman “craftmanship”. Para construir los protagonistas no me he fijado solo en las características de una única persona real, sino que he mezclado varias, a veces me he ayudado incluso de fotografías. Por poner un ejemplo, Jerónimo pretende ser una elaborada mezcla de un hermano de mi madre, de mi hermano Perico (*), de mi nieto Daniel y de Álvaro Orleáns-Borbón, padre de Geri. Y otro tanto podría decir de la cocinera, del mozo de comedor, etc… Otros personajes son una invención literaria total, como Don Tomás, aunque éste no deje de tener sus antecedentes familiares reales como la condesa de Campo Alange.

Palmagallarda, ya está dicho, es una especie de visita guiada por un mundo y una sociedad acabados. El ocaso de una clase. La acción de la novela alcanza los inicios de la Guerra Civil, ¿acaso el triunfo de Franco no insufló nueva vida y bríos a esa clase social en decadencia?

– La Guerra Civil fue el huracán que acabó por destruir y orillar a esta clase social, que ya estaba dejando de puntillas el primer plano político y económico, y que fue sustituida por nuevas fuerzas más emprendedoras, más osadas y con menos escrúpulos, también menos refinadas y cosmopolitas. Nuevas fuerzas que surgieron al rebufo de nuevos negocios: del estraperlo, de las licencias de importación o de construcción, de las concesiones administrativas, etc.

– El nivel de detalle en la descripción de los paisajes es muy alto, parece como si se hubiese propuesto que el paisaje fuera un personaje más de la novela.

– El paisaje urbano, rural e incluso el doméstico es una parte esencial de Palmagallarda. He querido rendirle un emocionado homenaje tanto a la imaginaria Recuerda como al Alcor y a la Vega del Corbones, que tanto han supuesto en mi vida. Algunos lectores me han reprochado que me haya detenido y retenido tanto en estos detalles que, en rigor, no aportan mayormente caudal a la corriente novelada. Comprendo que a pesar de haberme esforzado en transmitir mi incontenible emoción no siempre lo haya logrado. También hay lectores que, sin ser andaluces ni conocer la región cantada, les han seducido esas páginas. Pero el paisaje no es sólo el geográfico y el urbano, también el humano.

– Detrás, antes y por debajo de todo escritor hay un inquieto lector de obras y autores. ¿Cuáles son las suyas?

– He sido desde mi adolescencia un lector desordenado, insaciable y convulso. Durante mis veinte y treinta años, mis lecturas más frecuentes eran en francés y de autores franceses: Bernanos, Mauriac, Julien Green, André Gide, Malraux, Celine, Camus, Sartre y muchísimos otros más. De ingleses y norteamericanos menos, pero de honda y prolongada influencia Dos Passos, sobre todo por su extraordinaria Manhattan Transfer, y Steinbeck por su obra épica Las uvas de la ira; también he bebido abundantemente en las fuentes de Maugham, Aldous Huxley, Graham Greene, Evelyn Waugh, etc. He frecuentado ardorosa y amorosamente a los rusos y no sólo a los clásicos –Gogol, Dostoievski, Tolstoy, Tourgueniev, Chejov, el propio Gorki–, sino también a Cholojov, Bulgákov, Pasternak, Ajmatova, Soljenitsin, Nobokov, Grossman o el más moderno Aksionov. Mucha menos atención le he prestado a la literatura italiana o alemana, aunque reconozco mi deuda con Lampedusa y Bassani, en un caso, y con Thomas Mann en el otro. Por último, las obras de Simone Weil, Karl Marx y Proust también han proyectado sombra sobre mi formación literaria e intelectual.

– De su dilatada trayectoria como periodista destáqueme algún episodio, alguna aventura…

– A bote pronto recuerdo uno divertido que ocurrió en el año 68 ó 69, cuando trabajaba en la revista España Económica junto a Miguel Boyer, Mariano Rubio, Pedro Schwartz, los hermanos Bustelo o José Luis Sampedro. Antes de que la publicación entrara en prensa yo iba a la censura para cumplir con aquella necesaria e inexcusable providencia. En realidad me presentaba con dos revistas, pues llevaba suficiente material de sustitución como para no tener que regresar a la redacción ni para que la imprenta dejara de funcionar de madrugada. Una vez, cuando en portada informábamos de la crisis del carbón asturiano, el cajista agotado y rendido del cansancio por las muchas horas de trabajo y espera, confundió los tipos y ahí apareció en portada y en letras de molde “El cabrón nacional”… Tras la distribución de la revista, Madrid se llenó de sirenas de coches de policía que iban y venían por todos los quioscos para incautarse de la edición, los únicos que la recibieron fueron los suscriptores.

(*) Perico es el antropólogo y taurófilo Pedro Romero de Solís, excepcional y creativo analista del inconsciente, incapaz de defender la tauromaquia con argumentos racionales, ya que a su juicio un espectáculo en que el público disfruta de la faena de unos señores que salen a la arena ataviados como bailarinas persas es insostenible desde posiciones lógicas. Nota del entrevistador.

Ficha bibliográfica.
Palmagallarda. Rosas, calas y magnolias. De Romero de Solís, Ignacio
Editorial Renacimiento. Sevilla, 2016.
N.º páginas: 690.
ISBN: 9788416246915
P.V.P.: 20 euros.

 

Alberto Guallart

Autor: Alberto Guallart

Alberto Guallart tiene 3 artículos escritos.

Profesor de Filosofía en los dominios serranos de la Orden de Santiago, trabajó antes once años en El correo de Andalucía, y actualmente colabora ocasionalmente en El diario de Sevilla y en el periódico digital Andalucesdiario. Ha biografiado al poeta sevillano Rafael Montesinos y a la periodista almeriense Carmen de Burgos. Traductor de Giacomo Casanova y de Voltaire, con quienes aspira a emparentar. Restaura muebles, hace hornacinas para santos y tiene un hijo que le ha salido pelirrojo.