Un poemario bello

Autor: Alberto Guallart || Fecha:   Conversaciones, Ficción, Letras

José Antonio Moreno Jurado (Sevilla, 1946) saca a la luz un nuevo y arriesgado poemario, 'Veinte momentos de lucidez', en el que la tradición y la ruptura se asocian con el propósito de provocar la sorpresa del lector. Estos nuevos 'Veinte momentos de lucidez' son –como el mismo autor revela en el prólogo– el resultado de raptos de inspiración, productos o hijos de esa manía poética, delirio divino de los que ya hablara Platón en Fedro.

Marco Tulio Cicerón escribió un memorable libro sobre la vejez, un libro clásico sobre el arte de aprender a envejecer. De senectute lo compuso cuando contaba poco más de sesenta años de su edad. Obviamente no hace falta ser un anciano para loar el envejecimiento, ni hay que enfermar tampoco para hacerse cargo del sufrimiento de quien carece de salud. Hay quienes, urbanícolas, han recomendado también a otros la vida campesina y elogiado los ambientes bucólicos, exaltado las tareas agrícolas desde la confortable apacibilidad de su casa en la gran ciudad. Y poetas que, como es sabido, únicamente fuman en sus versos. Es verdad que cabe teorizar de muchas cosas que no se han experimentado, pero las más de las veces el resultado de ello es un postizo, un engañoso peluquín con el que se quiere tapar una carencia.

Moreno_Jurado_FotografiaEl escritor sevillano José Antonio Moreno Jurado (1946), Premio Adonais en 1973, recién acaba de publicar un nuevo poemario: Veinte momentos de lucidez. Tras sorprendernos últimamente con dos tomos de prosa vitriólica e incendiaria, los Cuadernos de un poeta en Mazagón (Tenerife, 2013 y 2016), donde aboga por una ética atea, tolerante y humanística, al tiempo que arremete contra la hipocresía de una democracia y un capitalismo cada vez más soeces y sin escrúpulos, el poeta remansa ahora su pluma, atempera el ardor guerrero, y nos da un poemario refinado y culto, de cuidada belleza formal.

Poeta original, crítico y veraz

La literatura de Moreno Jurado nos hace caer en la cuenta de que no estamos solos, de que la cultura humanística sigue alimentando el imaginario de Occidente. Los versos de estos Veinte momentos de lucidez están escritos –por otra parte– siguiendo un raro estilo, carente de puntuación, en que el ritmo y la cadencia descansan en los acentos y en la música de las palabras. Un estilo que hace ya años el propio autor calificó como “la estética del riesgo”. La suya es una escritura en que las palabras regresan a la oralidad ancestral de la que nacieron hace milenios, palabras nacidas quizá en la semioscuridad de la cueva cuando un ruido pasó a convertirse en una expresión lingüística con significado. Desde aquella gramática gutural hasta nuestros días, a partir de aquel monosílabo cavernícola, la palabra inaugural se ha multiplicado y dicho de muchas formas. Aquello fue el breve y ocurrente proemio de una Babel colosal. Frente a la palabrería que nos anega, los versos de este poeta nos emocionan por su belleza y por su dignidad. Un poeta original, crítico y veraz, sin postizos. José Antonio Moreno Jurado lleva muchos años calvo.


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Moreno Jurado prolonga en estos poemas su mitología personal, esa que todos nos vamos construyendo a lo largo de nuestra vida, y que en su caso entronca y conduce al mundo clásico, a Grecia, a Roma, a Bizancio y a la mar y sierra de su Huelva casi natal. A través de la experiencia personal de Moreno Jurado nos sentimos próximos y coetáneos de una muchedumbre de lugares y antepasados que también son nuestros: Eurípides, Camöens, la Acrópolis y la Colina de las Musas, Marco Aurelio o Demócrito el abderita.

Estos nuevos Veinte momentos de lucidez son –como el mismo autor revela en el prólogo– el resultado de raptos de inspiración, productos o hijos de esa manía poética, delirio divino de los que ya hablara Platón en Fedro.

¿Qué sintió cuando vio las imágenes en que los yihadistas destrozaban el patrimonio monumental griego y romano de ciudades como Alepo y Palmira? ¿Cree que hay civilizaciones mejores que otras?

–Sentí una mezcla extraña de dolor y de indiferencia. Dolor por la destrucción de lo bello. Indiferencia por estar acostumbrado a semejantes barbaries. ¿Cuántos templos griegos y romanos tiraron al suelo los primeros cristianos, a cuántos sacerdotes paganos asesinaron, con cuántos territorios colindantes se quedaron en sus bolsillos para cultivarlos? La historia es solamente la repetición de la barbarie. Ejemplo de lo mismo sería la toma sacrílega de Constantinopla por los cruzados, en 1204, con robos de objetos sagrados, destrucción de templos, matanzas de mujeres y niños, violaciones innumerables.

¿Ve analogía entre la crisis de Occidente y la caída del Imperio Bizantino?

–De la caída del Imperio, tras diez siglos de existencia, fue responsable el hambre de poder de los otomanos. La crisis de Occidente, en la actualidad, es efecto del manejo de la riqueza que llevan a cabo las manos de unos pocos, el llamado enriquecimiento personal. No creo que se deba a una crisis de valores como dicen otros, puesto que cada época tiene sus propios valores y su propia manera de ver el mundo. Es un alejamiento, sin vuelta atrás, del carácter esencial del Humanismo.

 En estos “Veinte momentos de lucidez” observamos una fuerte presencia de la naturaleza. Parece como si, frente al fluir del tiempo y de las edades, la naturaleza fuese para usted un emblema o expresión de lo permanente. ¿Es así?

 –No es expresión de lo permanente porque lo permanente entrañaría una forma de panteísmo. La naturaleza es transformación y la transformación es lo contrario de la permanencia. Además, mi identificación con la naturaleza consigue que me entienda a mí mismo con más sinceridad. Así, nunca pude entender a José Saramago cuando decía, más o menos, “puedo decir quién soy, pero no puedo decir qué soy”. Soy ser natural que se transforma continuamente y mi muerte es, sin duda alguna, la mejor expresión de esa transformación. No soy trascendencias ni permanencias. Por ello, la naturaleza no adquiere en mis poemas el rango de adorno o de artificio. Sólo identificación. Otra manera, además, de superar los conceptos de los filósofos sobre lo sublime: lo sublime práctico y lo sublime moral de Kant, hasta lo sublime de temor y de miedo en Schiller, Burke o Schopenhauer.  

Tras sus múltiples viajes a Grecia, ¿no se decepciona cuando compara la grandiosidad de su pasado y el mezquino presente en el que ahora vive sumida? Una nación cuyo pasado cabe en unas “láminas baratas de Sócrates bebiendo la cicuta”, en unas camisetas para turistas.

–Nunca he tenido en mi cabeza la Grecia ideal en la que nos hicieron creer el Renacimiento y la Ilustración. Es un engaño. No existe una Grecia ideal. Su verdadero legado es el pensamiento filosófico, el impulso democrático, la educación, el arte, la ciencia, los valores humanistas. Los griegos se peleaban continuamente entre ellos para conseguir la hegemonía del mar y de la tierra. Sólo se alcanza la unidad de todas las polis con Alejandro y, a partir de ahí, Grecia es dominada continuamente por poderes extranjeros, romanos, venecianos, turcos, hasta 1821 en que consigue su independencia. La lamentable situación actual depende, en cambio, de los controladores de la riqueza. Y, aunque es cierto que compré en la Plaka una lámina del cuadro de Jacques-Louis David, titulado Sócrates bebiendo la cicuta, de 1787, y un llamador de bronce en forma de rostro de doncella antigua, es cierto también que son cada vez más frecuentes los suicidios de personas que no tienen lo mínimo para vivir. A pesar de que Grecia es Europa.

 Ficha bibliográfica.

Veinte poemas de lucidez
José A. Moreno Jurado
Editorial Point de lunettes. Sevilla, 2017.
ISBN 978-84-96508-94-1
 

Alberto Guallart

Autor: Alberto Guallart

Alberto Guallart tiene 3 artículos escritos.

Profesor de Filosofía en los dominios serranos de la Orden de Santiago, trabajó antes once años en El correo de Andalucía, y actualmente colabora ocasionalmente en El diario de Sevilla y en el periódico digital Andalucesdiario. Ha biografiado al poeta sevillano Rafael Montesinos y a la periodista almeriense Carmen de Burgos. Traductor de Giacomo Casanova y de Voltaire, con quienes aspira a emparentar. Restaura muebles, hace hornacinas para santos y tiene un hijo que le ha salido pelirrojo.