Es difícil encontrar una historia real que sea tan disparatada y rocambolesca como la de Barry Seal, un piloto de la TWA que acabó en la primera línea de fuego de las operaciones de la CIA en Centroamérica, codeándose con personajes tan conocidos como el narcotraficante Pablo Escobar, el dictador panameño Manuel Antonio Noriega o el militar Oliver North.
Las peripecias de Seal se desarrollan entre finales de los 70 y mediados de los 80, en la época de los presidentes Jimmy Carter y Ronald Reagan, por lo que la cinta aprovecha para darnos una lección de historia muy particular sobre el nacimiento del cártel de Medellín, el sandinismo nicaragüense, el Irangate, la guerra fría con la URSS,…
Todo ello fue recogido en su día en el libro Barry & ‘the Boys’: The CIA, the Mob and America’s Secret History, de Daniel Hopsicker, e incluso se hizo un telefilme en 1991: Doublecrossed, con Dennis Hopper interpretando a Seal. Aunque el material es tan jugoso que podría haber dado para una serie de trece episodios.
Lo que hace el director Doug Liman es condensar todos esos años en dos horas de metraje a un ritmo frenético, con una agilidad bien entendida. La historia está magníficamente contada, a base de elipsis, saltos y retrocesos en el tiempo, un montaje muy elaborado que incluye animaciones gráficas y material televisivo y documental (también cinematográfico: fragmentos de películas con Ronald Reagan); todas las piezas de este engranaje están perfectamente medidas y ensambladas, con una narración modélica que parte de una inteligente adaptación del libro.
Doug Liman (productor, fotógrafo y director), quien se dio a conocer con la primera entrega del agente desmemoriado Jason Bourne, disfruta jugando con los tiempos cinematográficos. El montaje de Barry Seal puede recordarnos en muchos momentos al de Sr. y Sra. Smith (cuando los personajes hablan a cámara en tiempo presente), y rizó el rizo con Al filo del mañana (su primera colaboración con Tom Cruise). Construir una historia no lineal no es fácil, y a Liman se le da bastante bien.
Y no sólo estamos ante un guión sabiamente construido en su estructura y bien ejecutado en la sala de montaje. El filme dibuja con acierto a una galería variopinta de personajes que enriquecen la trama; además de los tipos ya conocidos (Escobar, Noriega, North,…) están el agente que recluta a Seal, la esposa que confía en su marido a duras penas, el cuñado que viene a complicar las cosas, los alocados compañeros de vuelo, el sheriff de pueblo que contempla con pasividad todo lo que se mueve a su alrededor,… Liman los cuida a todos ellos al detalle y consigue una película muy sabrosa en cuanto a personajes.
Con todos estos elementos, la cinta es el retrato de una época contado con mucho humor, incluso con frivolidad ante acontecimientos históricos tan graves; la elección de ese estilo que quita hierro a temas tan serios como el narcotráfico está en numerosas secuencias (es delirante el momento en que Tom Cruise queda empolvado de cocaína hasta las cejas tras un aterrizaje forzoso). El humor disparatado le sirve a Liman para realizar una divertida y demoledora crítica política y social, con una visión muy peculiar sobre los entresijos de la CIA y el gobierno estadounidense (resulta cómico y paradójico que los Estados Unidos lucharan contra la droga al mismo tiempo que alimentaban el narcotráfico).
Mención aparte para Tom Cruise. Esta es de esas películas con las que Cruise demuestra que siempre ha sido un gran actor, el de El color del dinero, Nacido el 4 de julio o Eyes Wide Shut; al margen de sus héroes de acción y productos meramente alimenticios, Cruise no es una de esas estrellas que sólo se mueven por la cifra de un cheque (caso de Nicolas Cage, que no ha vuelto a hacer algo como Leaving Las Vegas, solo se mete en tonterías millonarias). Cruise sabe combinar las grandes producciones con cintas más modestas e interesantes, y Barry Seal es de las cintas más atractivas de su larga carrera.