Según el dicho, “canción conocida, canción aplaudida”, y eso es lo que provoca cierta satisfacción al salir de esta película, ya que los veinte minutos finales recrean al completo la actuación de Queen en el Live Aid, el gran concierto contra el hambre en África que se celebró en 1985 en el Estadio Wembley de Londres (simultáneamente con el segundo concierto en Filadelfia), y que fue televisado para 3.000 millones de personas.
Sin duda, es la única secuencia que nos hace vibrar de alguna forma, y nos deja el buen sabor de boca en los minutos finales, solo por el hecho de escuchar a Queen. Pero para eso es lo mismo ir a un karaoke, no es necesario pasar por un cine. El resto de la cinta es absolutamente anodina y carente de emoción.
Todo arranca en el Live Aid, en el momento en que Freddie Mercury sale a escena, y a partir de ahí tenemos un flashback que nos lleva a 1970. El famoso concierto es el pivote sobre el que gira la historia, junto con la creación de Bohemian Rhapsody, un tema que ha quedado como el símbolo del carácter único y rompedor del legendario grupo. Con esa obra de seis minutos se enfrentaron a las emisoras de radio que solo programaban canciones de tres minutos, además de mezclar géneros tan dispares como el rock y la ópera.
Lo que nos cuenta Bohemian Rhapsody son los inicios de la banda, el cómo se conocieron, sus primeras actuaciones, el ascenso meteórico,… e indaga en el genio singular de Mercury, retratando su vida en familia, su primer amor con una chica, su aceptación de la bisexualidad, sus devaneos con múltiples amantes, su viaje al desenfreno, etc.
Quizá lo mejor del entramado de esta cinta está en el casting, todos encajan bien en sus personajes, y especialmente Rami Malek, un actor formidable que en determinados momentos nos hace estar viendo al mismísimo Freddie. No se le pueden poner pegas a su trabajo, aunque se pueda discutir bastante la dentadura de caballo que le han colocado.
El problema no está en los actores, sino en un guión escrito a brochazos y en una dirección insustancial. Sorprende que alguien como Bryan Singer haya creado un filme que parece haber sido dirigido por un novato. A las imágenes, rodadas de forma plana y sin sentido, les falta toda la pasión y emoción que se necesitaban en este homenaje a Queen; incluso hay secuencias pretendidamente emotivas que, lejos de emocionarnos, son completamente risibles. A eso hay que añadir numerosos baches narrativos, escenas que se alargan innecesariamente y sin ningún interés. Menos mal que entre bostezo y bostezo escuchamos algo de Queen, pero para eso, como hemos dicho, ya está el karaoke.