Llegué a Palma, entonces Feria de Teatro de Palma en 1989. Acababa de entrar, el verano anterior, a trabajar en El Correo de Andalucía. Me gustaba el cine, me interesaba el teatro, no sabía qué era la danza y el circo me sonaba a los payasos… Mi jefa se llamaba Carmen Carballo, y mandaba mucho. Tanto que me mandó a cubrir (informativamente) la Feria de Palma: “Este año te toca Palma…”. Nunca se lo agradecí lo suficiente.
Llegué sin saber cómo llegar, por una carretera en obras, me perdí en La Campana y, después de dar muchas vueltas, llegué a Palma del Río sin conocer a nadie ni imaginar qué me esperaba. Me dieron una habitación (triple), compartida, con Pepe Quero de Los Ulen y Carlos Góngora de Axioma. Me la adjudicó José María Roca, que por aquel entonces mandaba bastante aquí, o por lo menos era el que adjudicaba las habitaciones (y eso en Palma siempre fue una manera de mandar mucho). Dos camas y una supletoria. Las dos camas tenían nombre y apellidos, y no eran los míos. La supletoria, una cama nido, fue mi salvación. Los dos mamones se cebaron esa noche. Aún continúan haciéndolo, pero ahora me dejo. Recuerdo que la habitación se llenó al rato de cachivaches, instrumentos, cajas, material de Ulen Spigel, y fue un continuo entrar y salir de gente. Me limité a sonreír y a poner buena cara. En aquellos años no tenía otra…
Feria de Palma
No importó el calor, ni las sillas incómodas, ni las fechas… Abrí los ojos y apunté la fecha en mi agenda: “El año que viene me pido Palma…”. En aquellos años se celebraba en junio y después pasó a julio. Un tiempo después, Ramón López me ofreció incorporarme a la organización, al equipo junto a Manolo Pérez, Joseba, Violeta, Emi… Como con Carmen Carballo, tampoco se lo agradecí lo suficiente.
Al año siguiente alguien me dijo: “Este año, Palma no se hace…”. Pero se hizo. Yo lo viví.
Pasaron los años, y pasaron los Roberto Quintana, el cura Pozanco, Pedro Navarro, Manolo Grosso, Maesso, Elena Angulo, Bandrés, Manolo Llanes, Alberto Mula, y muchos más… Convivimos con los alcaldes Salvador Blanco, José Antonio Ruiz Almenara…, y una frase empezó a penetrar en nuestro conocimiento: “Al final, Palma se hace”.
Esplendor y gloria, derribo y resistencia. “Al final, Palma se hace”. En 1992, esplendor. En 1993, crisis.. A partir de 1994 más crisis, aguda. Y nos acostumbramos a convivir con la frase: “Al final, Palma se hace”. De tanto escucharla, un año tras otro, la asumimos: “Al final, Palma se hace”.
Hay que joderse… El pueblo de Palma disfruta de la semana de teatro (“Al final, la Feria del Teatro se hace”). Las compañías presentan sus propuestas (“Al final, Palma se hace”). Los programadores se preguntan (“Oye, al final, ¿Palma se hace?). La organización programa (“Sí, al final, Palma se hace”) y Los Otros afirman «este año, Palma no se hace…». En mayo, a veces en el mes de junio, se repite la frase, cada vez más tóxica: “Al final, Palma se hace…”. Desgraciadamente, tragamos con lo pernicioso de la cuestión. A base de escucharla, no nos damos cuenta de lo perjudicial e infernal que realmente es… “Al final, Palma se hace”. De tanto escucharla, hemos creído que es positiva, cuando realmente es infinitamente dañina.
2019, Palma se ha hecho. Otra vez la heroicidad.
Hoy es mi cumpleaños. Un deseo: enterrar la frase.
*Escribo a título personal.