Este poemario es una sucesión de veinticinco imágenes contenidas en la emoción de una mirada a la presencia espectral y poderosa de una montaña y al vuelo enloquecido de unas aves que en algunos lugares del sur llaman pavanas. El Peñón de Gibraltar sostiene como trasunto emocional, amoroso, a estos poemas que recrean el paisaje interior desde un no lugar fronterizo, un lugar de límites, al límite, reconocible, sórdido y hermoso, renacido en el pecho de un yo poético incontenido, asombrado y deseante. Un poemario de amor, sin duda. Y de vuelo. Y de tierra. Y de agua. Y de fuego.
-1-
Se anuncia guerra a las pavanas.
La gran plaga atronadora cubre el cielo de alas y canciones.
Creemos oír un baile enloquecido de susurros y lo oímos.
Nunca el hombre ha comprendido del todo al cielo.
(Te gusta cuando lanzo los ojos a lo lejos. Me miras
y pareces oír la distancia que me separa del mundo).
Guerra a lo bello que planea sobre tu cuerpo
cuando cae en peso sobre el mío.
Guerra al graznido manso del sudor y de lo exhausto.
Guerra a los ojos amarrados a los ojos
en el espasmo de la luz y del deseo.
Guerra al vuelo, al corte sutil y licencioso del viento en mis rodillas.
Guerra a las primeras luces cuando danzan las pavanas ante la Roca su baile
acompasando el movimiento del baile nuestro.
-2-
Del odio atávico me llevas a la espuma
de tus mares. Rastreo caracolas en tus muslos
y oigo el universo en la rompiente. Te corono de algas
y sello tus bocas todas. Dentro de la Roca, los humedales me conceden
la gracia del deseo.
También yo sé de un lugar
para ti.
-3-
También desde aquí miramos nuestro cielo.
Un cielo lastimado de graznidos,
dolido y amplio el pulmón del cielo nuestro.
Pavanas danzan la mañana, nos cruzan
de pasos funámbulos y alas.
Caen en picado los cuerpos en los cuerpos. Imitan las bocas
el grito de las aves. Y la risa choca en los cristales
y sorprende al agua, a la roca, a las canciones.
Mientras la altura de deshace, mis manos creen que vuelan
e inventan insistentes
también hoy, una vez más, tu pecho.
-4-
Desde lo alto de la Roca, la ciudad parece un puño
(tú dirías puñal o puñalada, y agrisarías tus ojos
en espera de mi risa).
Un puñado quizá, diría yo. Un puñado
de cosas como casas, tal vez,
como contenedores de vidrio
como cajas amontonadas a la puerta de un pequeño negocio,
como gente sugestionada por un mago de salón.
No hay campanas, no hoy,
ni siquiera un leve hilo de agua parecido a un río
que atravesara un bosquecillo en las afueras.
Desde aquí, la ciudad duerme con las piernas abiertas
como una autómata ensimismada en el ángulo obtuso de sus muslos.
También el mar parece dormir un raro sueño.
Me llevas a la orilla. Es de noche. Aterriza un avión sobre nuestras cabezas.
Y la noche sigue. Y nosotros.
Dentro de los cristales empañados
de una habitación de hotel, la ciudad desaparece.
-5-
Sueño un túnel que te atraviese de parte a parte.
Sueño entrarte y refrescarme la boca en tus aguas,
un mundo subterráneo de acuíferos y flores.
Y con la boca fresca y despierta y perfumada
cantarte canciones para que oigas tu interior
desde tu cumbre