Lo que cuenta Steven Spielberg en su última película es cómo se destapó uno de los episodios más despreciables en la historia de los Estados Unidos. Durante décadas y distintos gobiernos –desde Eisenhower hasta Nixon-, miles de jóvenes fueron enviados a morir a Vietnam, en una guerra que los gobernantes sabían que no se podía ganar. Ningún presidente quiso enfrentarse a la humillación de reconocer la derrota; todos decidieron continuar, pasara lo que pasase, engañando a la población con promesas de “estamos avanzando y haciendo progresos”, o argumentos como “tenemos que frenar el comunismo”. Una enorme mentira que nunca tuvo en cuenta la tragedia que el conflicto supuso para miles de familias.
Todo esto fue recogido en un informe que fue encargado por el secretario de defensa de Kennedy y posteriormente filtrado al New York Times. La jugosa documentación sale a la luz durante el mandato de Nixon, y éste opta por acallar judicialmente al periódico, deteniendo la publicación con medidas cautelares. Es entonces cuando entra en juego el Washington Post, un diario local que consigue hacerse con los archivos y continuar la labor del Times.
A partir de ahí, tenemos el clásico duelo entre David y Goliat. Un diario poco poderoso decide enfrentarse a la maquinaria del Gobierno, a pesar de que sus responsables podrían perderlo todo e incluso ir a la cárcel por desafiar las leyes de espionaje. La batalla es apasionante, y Spielberg mueve su cámara con soltura por los distintos escenarios del poder, planificando con maestría cada una de sus secuencias –algunas absolutamente brillantes-.
Pero no solo es la trama en sí lo que atrapa al espectador. Los archivos del Pentágono funciona gracias a una excelente galería de personajes. La dueña del Post –Meryl Streep– es una viuda que siempre ha vivido entre paños de algodón y a la que llega el momento de arriesgarlo todo y convertirse en una idealista, dando un giro radical a una vida regalada y sin problemas. Junto a ella el director del periódico –Tom Hanks-, un periodista curtido en cientos de batallas, antiguo amigo de Kennedy y especialista también en bailar con los círculos de poder. El viejo reportero –Bob Odenkirk- que toda su vida ha buscado una bomba informativa como esta (“montar mi pequeña rebelión”); los jóvenes periodistas que tratan de hacer su trabajo de la mejor forma posible y destacar entre sus jefes,… hasta personajes tan secundarios como la esposa de Hanks se revelan con un dibujo de caracteres cuidado con mucho esmero.
Con la sapiencia que dan los años (Spielberg ya pasa de los 70), el antiguo Rey Midas de Hollywood está en plena forma para contar una historia que esta vez huye del todo del infantilismo de otras de sus películas; es una de sus cintas “serias y adultas”, y está repleta de detalles que explican por qué Spielberg es Spielberg, y lo es principalmente porque sabe en todo momento dónde colocar la cámara de la forma más oportuna; su narrativa cinematográfica es impecable, logrando el difícil objetivo de expresar justo lo que quiere contar en cada momento, y cómo plasmar lo que tiene en la cabeza con una cámara. Los archivos del Pentágono es, sin duda, su mejor trabajo en los últimos diez o quince años, y un título indispensable para conocer y sentir lo que significa la libertad de información en cualquier sociedad.