Plasmar la realidad que le rodea es una de las señas de identidad del cineasta Fernando León de Aranoa, con retratos tan brutales como el del desempleo en Los lunes al sol, o la dureza de Barrio. Otras veces recurre a la comedia, como en su opera prima Familia.
El buen patrón es por encima de todo una comedia, con momentos muy divertidos, para soltar la carcajada en más de una ocasión. Pero bajo ese tono de humor existe un cine de denuncia social y una acidez que hace reflexionar sobre temas como el poder, la hipocresía, la precariedad laboral, la inmigración,… Lo que crea el director con sus personajes es un microcosmos social de la realidad española (aplicable a numerosos países), y el mensaje es tremendo: todo vale para subir peldaños en la sociedad y conseguir un status de superioridad frente a los demás. Las risas, por tanto, van acompañadas de un cierto desasosiego y una buena cantidad de poso dramático. Es el humor con mala uva, el más difícil de todos, el que nos hace reir y nos inquieta al mismo tiempo.
Respecto a la trama, es difícil encontrar un guión tan modélico como este y toparse con un final tan perfecto que hace que encajen todas las piezas. Sin hacer spoilers, El buen patrón cierra la historia sin dejar un solo cabo suelto, uniendo todos los hilos de forma magistral, y resume toda la esencia de la película con uno de esos planos que cortan el hipo.
En cuanto a Javier Bardem, hay que rendirse ante la evidencia: estamos ante uno de los mejores actores del mundo, uno de esos tipos que brillan en cada papel que interpreta, un auténtico camaleón capaz de bordar cualquier personaje que le asignen.