Parece que la fórmula está más que inventada, pero se olvida con facilidad en este mundo nuestro de las artes escénicas. Algo que no le pasa a Fernando Sánchez-Cabezudo. Menos es más, nuestros maestros no lo han repetido hasta la saciedad en las diferentes escuelas de arte dramático. En lo sencillo está lo mágico y en lo local, lo doméstico, está lo universal. Con el apoyo de cinco autores de la categoría de Yolanda García Serrano, Alfredo Sanzol, Juan Carlos Rubio, Juan Cavestany y Anna R. Costa nos lleva por un viaje casi mágico a través de las hondas de la radio y los teléfonos, porque igual de importante es la radio en este montaje como lo es el teléfono, ese artilugio en el que nos escondemos para confesar nuestros miedos, nuestros sueños, desnudar nuestras verdades, porque sabemos que al otro lado no nos ven la cara.
Hablar por Hablar es una función cuya estructura casi de matrioshka, donde una historia principal contiene otra y otra llamada contiene otra historia que se expande para volver a la primera, está toda sustentada a través de la escaleta de un programa radiofónico conocido por todos, el mítico Hablar por hablar de Cadena Ser. Preciosas historias de amor, miradas diferentes a temas tan difíciles como la violencia de género, que no se pueden tratar bajo un común denominador, historias absurdas tan absurdas que comprendes a la perfección la tragedia que ellas implican. Un fresco de personajes cuidados y perfectamente construidos no solo por los actores, también por dirección, como ese hombre tan especial cada vez que hay luna llena y queda tan bien plasmado a través de la sombra que proyecta o ese otro personaje del que solo vemos su espalda y su movimiento sexy mientras llama. No hace falta más para conocerlos, reconocerlos y quererlos.
Sánchez Cabezudo sabe trabajar a la perfección en el espacio vacío que sabe convertir con un simple chasquido mágico en un tramo de la Torre Eiffel o en un rompe olas de la costa de Vigo de espesa niebla. Tiene una magnífica dirección de actores, sublime la tía Enriqueta de Pepa Zaragoza, nunca una caricatura fue hecha con tanta verdad y tanto cariño, sabe aprovechar al camaleónico Antonio Gil, no sé si quedarme con el gallego o con el padre de Romeo. Es un gustazo ver a Samuel Viyuela destacando sin duda su monólogo del chico que salta a la comba, tan preciso y riguroso en el decir y con una palabra tan bien preñada de significado. No tengo palabras para la Orlanda de Ángeles Martín, su mujer del camisón amarillo crema o la hermana gallega del hombre que se encierra en su habitación. Destacable sin duda Carolina Yuste, esa actriz que crece en cada montaje que le proponen, y que aquí está bien medida, madura, me quedaría horas escuchando a su locutora. Los cinco te hacen reír y sonreír, te pellizcan el alma cuando es conveniente, incluso a algunos se nos escapa una lágrima. Todo sin artilugios, con mucha verdad.
Este montaje, donde también destaca la iluminación de David Picazo, consigue lo mismo que conseguía el programa de radio en mi tardía adolescencia, hacerme sentir un poquito menos solo. ¿Qué más se puede pedir al teatro?