Casi todas las películas de Álex de la Iglesia caen en el mismo error: montar una secuencia al final de la película que funcione como traca definitiva para cerrar la historia de forma espectacular; pero en ese castillo de fuegos artificiales, el cineasta suele cargar las tintas y sobrepasar los límites, cruzando la línea que nos lleva a la astracanada. En muy pocas ocasiones le ha funcionado esa parte final, por ejemplo en La Comunidad, donde la persecución por las azoteas de Madrid sí se convirtió en una de las mejores secuencias de su cine –incluso con algunos momentos disparatados que encajaban bien en el conjunto-.
En El cuarto pasajero le ocurre lo mismo: toda la parte final en el atasco de una autovía no llega a convencer; el ritmo no está medido, lo que ocurre es una bufonada que no consigue divertirnos, la acción se le va de las manos.
Y al igual que en otros títulos, aquí tenemos que volver a perdonar esos minutos finales, porque el resto es excelente. Estamos ante una comedia romántica que funciona como un reloj, muy bien engrasada y con un guión repleto de aciertos. Y además con un grupo de actores formidables –Ernesto Alterio y Alberto San Juan lo bordan, sin desmerecer a Blanca Suárez y algunos secundarios de lujo como Carlos Areces.
El cuarto pasajero plantea una trama con situaciones desternillantes, bien aderezada con diálogos ingeniosos, con un pulso narrativo que no cae en ningún momento –salvo en esa parte final, lástima-. Podría haber sido una película redonda, y en algunas escenas encontramos lo mejor del cine de Álex de la Iglesia.
Lo dicho: una road movie que divierte en casi todo su metraje, un viaje desenfrenado que nos arranca la carcajada en más de una ocasión.