Mejor así, cabría añadir. A Díaz Pérez –sin lazos de sangre con la novelista Eva, de iguales apellidos y ambientes laborales– no le conocíamos militancia alguna en la prensa musical. Periodista, motero y aprendiz de rockero, según se define él mismo en su perfil de Twitter, se ha liado la manta a la cabeza y se ha marcado un exquisito tratado sobre aquellos sones de los pioneros Triana, Alameda y compañía. Las voces de los supervivientes. Los antecedentes. Los herederos. Buenas preguntas. Mejores respuestas. Avíos bien combinados para el gazpacho. Y mucho swing.
– De entrada, la menos original. ¿Por qué tú?
– ¿Y por qué no? La verdad es que no lo tengo muy claro. La editorial pensó en mí para este proyecto y me lo propuso. Yo soy muy aficionado a la música, pero solo eso. Nunca me había acercado a ella como profesional. Pero quizá era lo que buscaba la editorial: una mirada limpia, un acercamiento honesto al fenómeno. Siempre he dicho que los periodistas no sabemos de nada, pero sabemos a quién preguntar. Y eso es lo que yo he hecho en este libro, preguntar –y dejar hablar– a los protagonistas del rock andaluz, sin prejuicios, con los ojos y los oídos bien abiertos y con curiosidad.
– En realidad, lo que más llama la atención es que no se hubiera escrito todavía un libro sobre el rock andaluz, ¿no?
– Tal vez no había llegado el momento hasta ahora mismo. Y seguramente ahora se dan dos circunstancias que han permitido afrontar este estudio: que tenemos una perspectiva suficiente como para poder observarlo en conjunto y que los protagonistas de aquello siguen, en su mayoría, vivos y tienen cosas que contar y ganas de hacerlo. Probablemente, dentro de quince o veinte años no se hubiera podido hacer este libro. O no se hubiera podido hacer con el planteamiento periodístico con que lo he hecho.
– ¿Y cómo han encajado la obra los gurús del rockerío andaluz?
– Supongo que bien, porque además están, que es justo lo que desea cualquier artista. En general, muy bien. Te diría que mejor de lo que yo esperaba. Personajes como Eduardo, de Triana, Manuel, de Medina Azahara, El Manglis, Javier García-Pelayo –que en algún momento fue manager de todos los grupos que hicieron o que hacen rock andaluz–, Pepe Roca, de Alameda… me han escrito para decirme que les ha gustado mucho. A Ricardo Pachón no le gustó el título del libro, porque decía que el sintagma rock andaluz deja fuera algunas manifestaciones de la música que fusiona el rock y el flamenco. Pero en el libro hablo precisamente de eso y creo que quedan claras todas las posiciones.
«No era una música ideológica, más allá de que cantar a la libertad y abrir las ventanas supone toda una ideología»
– ¿Qué aportó el rock andaluz a nuestra historia? A la historia de la Comunidad Andaluza, me refiero. ¿Fue realmente un punto de inflexión?
– Yo creo que sí. No por sí solo, ya que el momento del rock andaluz coincide con una época de cambios profundos en lo político, en lo social, en lo cultural… No era una música ideológica, más allá de que cantar a la libertad y abrir las ventanas supone toda una ideología. Pero los políticos que estaban protagonizando los cambios de aquel momento, especialmente en Andalucía, observaron la capacidad de llegada que tenía esta música y, de algún modo, se intentaron adueñar de ella. Es cuando se acuña, por ejemplo, la etiqueta rock andaluz, pues hasta ese momento lo que hacían aquellos músicos era únicamente rock. En lo musical también marcó un antes y un después. Piensa que el concepto de fusión es hoy algo absolutamente consolidado. Pero fueron ellos los primeros que investigaron este campo y que hicieron fusión entre la música que venía de fuera y la tradición cultural andaluza o española.
– ¿Y qué crees que aporta tu libro a la salud y memoria del género?
– Una visión de conjunto, de entrada. El rock andaluz no es cosa de Triana. O de Smash. O de Medina Azahara. Es de todos ellos y de muchos más. Y de muchas cosas más. El rock andaluz es hijo de una sociedad en transformación, de las bases americanas y Woodstock, del underground y de la copla. Es una estética, además de un sonido. El libro trata de superar el fenómeno fan y ofrecer una lectura global, contextualizada, de todo aquello. O de casi todo. Al fin y al cabo, meter en 260 páginas cuarenta años de historia es complicado.
– Ocurre que a ojos del gran público el rock andaluz es Triana, Alameda y Medina Azahara. Aunque tu libro repasa encarnaciones más recientes.
– De aquel momento también son Goma, que graba su disco 14 de abril al mismo tiempo que Triana graba El patio, y que sería el embrión de Imán Califato Independiente, que representa la versión más psicodélica del rock andaluz. O Cai, que fusiona el jazz y el flamenco. O Guadalquivir, que hace solo música instrumental. Pero también Lole y Manuel, que comparten la misma filosofía de la renovación estética y musical, y cuyo primer disco también sale casi a la vez que el de Triana. O Camarón, al que en La Leyenda del tiempo lo acompaña la gente de Alameda y de Smash. A veces damos cosas por sabidas y yo creo que una de las virtudes del libro es que nos permite pararnos a pensar qué cosas sabemos realmente sobre el rock andaluz y qué cosas creemos que sabemos. Y el rock andaluz, incluso el de aquel momento, es más que Triana, Alameda y Medina Azahara.
«El rock andaluz es hijo de una sociedad en transformación, de las bases americanas y Woodstock, del underground y de la copla»
– ¿Qué diferenciaba a aquellos de otros monstruos como Veneno, Pata Negra, 091, Silvio o Tabletom?
– De algún modo, los ingredientes eran los mismos: la fusión de lo que venía de fuera –el rock– con lo de dentro. Pero con los mismos ingredientes no hay dos personas que hagan el gazpacho igual. El paso del tiempo ha terminado decantando cada estilo musical hacia un concepto u otro, hacia una etiqueta u otra. Tabletom hizo un disco de rock andaluz y luego hizo muchas otras cosas, la mayoría muy buenas. Silvio no hacía rock, sino rocanrol, pero era capaz de meterlo a ritmo de marcha de Semana Santa. Veneno y Pata Negra inauguran un camino paralelo al que siguen Triana, Alameda y los otros, que no por ello es en absoluto de menos calidad o menos éxito. Para nada. En la actualidad, si hablamos de flamenco rock o si hablamos de rock andaluz, pensamos en cosas diferentes. Aunque, como digo, los ingredientes sean muy similares. Pero el sabor es otro. Ni mejor ni peor. A unos les gusta más lo dulce y a otros lo salado.
– En la presentación en la Feria del Libro decías que estas páginas no hablan tanto de música como de músicos. Mejor, mira tú.
– De músicos que son personas, que tienen sueños, aspiraciones,. Que pasan fatiguitas, como cualquiera.
– El rock andaluz, más allá del espaldarazo de Triana, ¿es un producto de culto?
– ¿De culto? No creo. El rock andaluz es muy fácil de entender. Es una música para masas y no para élites. La masa, hoy, es minoritaria, pero llenaron estadios y plazas de toros. Y aún siguen congregando a mucha gente. Pero en la masa cabe de todo: desde jóvenes de 16 años a viejos rockeros de 70. Ahora, si por de culto te refieres a que tiene sus mitos y sus altares, por supuesto. Como todos los estilos, de alguna manera.
– Estos días nos ha golpeado la muerte de Benito Moreno, que aquí citas en el capítulo de su hermano Máximo. ¿Llegaste a hablar con él para la producción de este libro?
– Con Benito no, sí lo hice con su hermano Máximo. Y con Josele, que me pasó algunos contactos. Me contó Salomón Hachuel, que me entrevistó en su prograna Hoy por hoy de la Cadena Ser unos días antes de que falleciera Benito, que se lo había encontrado esos días cerca de la radio y se acordó de mi Historia del Rock Andaluz. Volvió a la emisora, cogió el libro y se lo regaló. Me emociona pensar que pudo ser el último libro que leyó Benito Moreno.
– Cuéntanos algún momento especialmente emocionante que hayas vivido al documentarte para la producción de la obra. Sentarte con Ricardo Pachón o García Pelayo y recordar todo esto debió tener su punto.
– Con Gonzalo y Javier, con Ricardo, con Eduardo, con Pepe Roca, con todos. La entrevista, vía Skype, con Chano Domínguez fue muy bonita. Pero quizá el momento más emocionante fue al visitar la tumba de Jesús de la Rosa, en Villaviciosa de Odón. Se acercó hasta mí el cuidador del cementerio, se quitó la gorra del uniforme y comenzó a contarme su relación con aquella música. Él había pasado en su juventud un tiempo en Córdoba, y me dijo que Mezquita era la banda que más le gustaba. Pero que, sin duda, este hombre, dijo refiriéndose a Jesús de la Rosa, allí al lado de su tumba, «era uno de los grandes». Luego se volvió a calar la gorra y se marchó a seguir con sus tareas.
– Si te pregunto de quién te hubiera gustado aportar un testimonio entrecomillado, seguro que piensas en Jesús de la Rosa, ¿verdad? De su biografía me llamó la atención que, tras el accidente, entrara por su propio pie en aquel hospital de Burgos. Vamos, que con otras manos médicas quizá se te habría puesto a tiro en 2017. Y quizá la historia del rock andaluz fuera diferente.
– No sé si se hubiera salvado y no quiero tampoco pensarlo. Entró en el hospital porque había tenido un accidente, así que yo prefiero seguir pensando que lo mató la carretera. Fue una tragedia musical… y personal. Volvía a Madrid un poco antes que sus compañeros para ver a su hija recién nacida, que solo tenía 19 días. Y, bueno, un rockero que muere joven siempre es una desgracia y termina convirtiéndose en un mito. No sé lo que hubiera hecho después si no llega a morir entonces. Sé que lo que Jesús de la Rosa había hecho hasta ese momento era más que suficiente para considerarlo un mito.
«El rock andaluz sigue vivo, pero ya no representa la revolución que fue en su momento, ni es el resultado de experimentación alguna»
– Como aficionado al rock, que lo eres, ¿cómo ves los derroteros por los que camina el género actualmente por aquí abajo?
– Hay buena salud. Esta tierra siempre ha sido fecunda en lo cultural y muy inquieta en la búsqueda de nuevos caminos. El rock hecho en Andalucía no muere con Jesús de la Rosa ni acaba en el rock andaluz.
→ Tú has sido redactor del diario El Mundo durante 18 años. Un periodista de raza, como se suele decir. ¿Es por eso que esta es una «crónica vivísima»?
– Soy periodista, efectivamente. Y eso se lo dejé claro a la editorial desde el principio. Sé hacer lo que sé hacer y solo iba a hacer aquello que sabía que podía hacer con garantías. El libro es muy periodístico en su concepción y en su forma. En el buen sentido de la palabra. He intentado acercarme a la idea del periodismo que defendían Tom Wolfe, recientemente fallecido, o Chaves Nogales, y perdón por la comparación. He querido hacer un tipo periodismo sosegado, sin juicios previos, y he querido construir un relato que se pudiera leer desde la primera a la última página, que resultara además entretenido. He huido de construir un texto enciclopédico o de consulta. Y he intentado ofrecer un retrato de una época más que un vademécum de fechas y nombres propios. Que también están, claro, pero al servicio de una historia, de un relato.
– A ver, buen hombre. Explícanos eso que leemos en la solapa de que conociste a tu esposa haciéndole una entrevista en su condición de violonchelista.
– Y en la mía de periodista, no lo olvides. Pues eso, tal cual has leído. Seguramente fue el destino. Llamaron a la redacción para ofrecer la posibilidad de entrevistar a una artista que lideraba un proyecto muy interesante, me gustó la idea y le hice la entrevista. Así la conocí. Fíjate hasta dónde puede llegar el poder de la música.
– Cuando el periodista Luis Clemente presentó hace dos décadas en el Teatro Central su Historia del rock sevillano, Antonio Luque (Señor Chinarro) se levantó de su butaca y preguntó si aquel era un libro a título póstumo. ¿Lo es el tuyo?
– Me han hecho pocos reproches por el libro, hasta ahora. Que si no se hablaba de Storm, que si tampoco de Los Planetas o que por qué no sale más Jesús Arias. Son los prejuicios de los que hablaba al principio. Yo creo que el rock andaluz sigue vivo, de alguna manera. Este libro no es un in memoriam. Pero, desde luego, ya no representa la revolución que fue en su momento, ni es el resultado de experimentación alguna, sino un homenaje constante a lo que hicieron otros antes. Eso no desmerece a lo que se ha hecho después ni a lo que se está haciendo ahora, por supuesto. Pero son cosas diferentes.