José Luis Ortiz Nuevo: «Enrique el Cojo era la gracia más refinada, la sencillez más cómica y la verdad más absoluta»

Autor: Quico Pérez-Ventana || Fecha:   Conversaciones, Destacadas, Flamenco, Letras, Magazine, Sonidos

Da cuenta de un café junto a azulejos de fábulas sevillanas. Suena 'La estrella' de Enrique Morente en su móvil. Es su socio, que no parece tan mala gente como pintan. José Luis Ortiz Nuevo impresiona en la distancia corta. Por quien es, leyenda viva del arte flamenco el último medio siglo, y, sobre todo, por su bendita manía de elegir la palabra noble y precisa. Un pozo de sabiduría que anda sorteando malos vientos en el ojo del huracán. Y, además, el biógrafo, ayer y hoy, de Enrique el Cojo.

José Luis Ortiz Nuevo atendió a Siete Revueltas en el Bar Plata de Sevilla. Foto: perezventana

José Luis Ortiz Nuevo atendió a Siete Revueltas en el Bar Plata de Sevilla. Foto: perezventana

Bajan las aguas en calma. El final del verano ha sido revoltoso para el Poeta de Archidona. Ya sabéis por qué. Don José Luis Ortiz Nuevo fundó y dirigió la Bienal de Arte Flamenco de Sevilla entre 1980 y 1996. En julio, tras años de cuentas convulsas, se anunció su regreso a la dirección del magno encuentro de lo jondo. Y dos meses después presentó su dimisión. Las razones se las explicó bien al compañero Alejandro Luque en este artículo de El Correo de Andalucía. Pero el Sr. Ortiz Nuevo, como aquel, ha venido aquí a hablar de su libro.  

Y el libro en cuestión es De las danzas y andanzas de Enrique el Cojo (Editorial Athenaica, 2017). Una reedición de una añeja biografía. Una obra que vio la luz en 1984 y que ahora se ve enriquecida –entre otras mejoras– con el prólogo de Cristina Hoyos y la aportación de la periodista Ángeles Cruzado, autora del blog Flamencas por derecho. Hablemos de aquel maestro del braceo al cielo.

 

– Don José Luis, recuérdele al profano en la materia quién fue Enrique El Cojo y por qué se hizo merecedor de un coqueto y riguroso tratado sobre sus danzas y andanzas. 
 Es una pregunta enorme. Trataré de responder de forma sucinta. Enrique el Cojo era un artista fenomenal. Era una persona que tenía en su cuerpo el son y el ritmo. Y más cosas. La alegría, la inteligencia, incluso la desvergüenza, el instinto de supervivencia. Él nació en Cáceres y llegó a Sevilla a principios del siglo XX. Se instaló en una casa de vecinos que había sido un convento, el Convento de la Paz. Desde la descripción que él hacía de ese edificio, de las personas que vivían en él, cuando aún era un muchacho, ahí ya empieza a alumbrar el genio del arte. Era un personaje absolutamente seductor. En la posguerra, se acercaba a un camarero y le decía: ¿qué te apuestas a que yo como con esos señores y me invitan a todo mantel? Y efectivamente iba y lo conseguía. Un hombre con tanto desparpajo, con tanta desvergüenza, en el buen sentido, que los usaba para reírse. Él decía que engañaba a los extranjeros, pero lo hacía con ternura. Era un pobrecito. De chico, su madre, para buscar dos gordas más para la casa, hacía unos roscos y los dejaba allí encima del aparador. Él los veía y pensaba que si se los comía su madre se iba a dar cuenta. Cada mañana le daba un bocadito a un rosco. La madre pensó que en esa casa había ratones. Entonces le dijo a una tía suya que le quería mucho: mira, le vas a decir a mi madre que no busque ratones por la casa, que el ratón soy yo.

«La verdad es que a principios del siglo XX hay un maestro de baile en Sevilla que es cojo, que es sordo, que está gordo, pero que mueve los brazos como nadie»

– ¿En el terreno profesional fue una primera figura? 
 No solo fue una primera figura, sino que fue un descubridor. En las notas de introducción de esta nueva edición hablo de eso. En los últimos años en Sevilla se ha dado en hablar de una nueva escuela de baile, se señala como una escuela femenina, una escuela donde prima el braceo. El braceo del baile flamenco contemporáneo es de Enrique el Cojo. Lo de la escuela sevillana es un ilusionismo que no se corresponde con la realidad. Se dice que es un braceo que viene de Pastora Imperio, de Cádiz, que luego se transmite por bailaoras sevillanas. Es una fantasía. La verdad es que a principios del siglo XX hay un maestro de baile en Sevilla que es cojo, que es sordo, que está gordo, porque le gusta mucho comer, pero que mueve los brazos como nadie. Y ese es Enrique el Cojo. Los brazos del baile flamenco contemporáneo de mujer son de Enrique el Cojo, que de cintura para arriba era una mujer bailando. Y la cara, la gracia, la capacidad de seducción, de enamorar, de ensimismar, es la de Enrique el Cojo, maestro de los brazos de la que se considera escuela sevillana. Él es el que da categoría a ese movimiento de brazos. Mientras eso no se reconozca no estaremos diciendo la verdad.

– Tratándose de una reedición, ¿en qué enriquece esta versión a la primitiva?
– El capítulo de Cristina Hoyos es muy interesante. Un texto muy breve, pero muy intenso, muy hermoso, muy cariñoso. Descubre cosas íntimas de Enrique, de su ingenuidad. De cómo engañaba a las alumnas que venían a aprender de él. Cristina confiesa una cosa muy tierna del maestro. Cuando él tenía una alumna más espabilada que las demás, a la que ya había dado seis o siete clases y se iba a ir, iba y le decía: no, no, espera, que te voy a poner un paso que tú todavía no haces y que te va a gustar mucho. Entonces le ponía el paso del jurdó. El paso era tener a la alumna una semana más en la academia para sacarle cincuenta o cien dólares más. Tenía esas cosas del pobrecito que ha vivido con mucha hambre de chico y quiere asegurar su presente. También está el capítulo de Ángeles Cruzado. Ella ha trabajado de forma rigurosa recopilando información aparecida en prensa sevillana e internacional, la gira por Europa con Manuela Vargas… Una novedad muy importante. Hay frases que él recuerda y que Ángeles ha recuperado de los periódicos de la época, como que Enrique rompe el mito del bailaor gitano, guapo, estilizado, moreno, con los ojos verdes y el pelo rizado. Él es un hombre contrahecho. También lo dice muy bien Cristina.

jose-luis-ortiz-nuevo-danzas-andanzas-enrique-el-cojo-300px– ¿Qué le parece el trabajo que desarrolla Ángeles Cruzado sobre el protagonismo de las mujeres en el flamenco? 
 Pues que hacen falta más mujeres serias, rigurosas, formales, valientes como Ángeles Cruzado. Ella es el prototipo de ello. Personas que Sevilla necesita en el mundo del flamenco y la cultura.

– El libro está escrito con una narrativa costumbrista y socarrona que despierta el embeleso y la risotada. ¿Alguien que escribe esta y otras obras tan provechosas no debería ser escritor/investigador a tiempo completo? 
 Yo no he sido nada a tiempo completo. No estoy aquí para divertirme. De primera idea sí tenía intención de ser escritor, periodista, novelista…, pero luego la vida lo lleva a uno para acá y para allá. Yo no reniego de nada. Bueno, hay cosas que no debería haber hecho, pido disculpas. En la actividad profesional me he divertido mucho escribiendo este libro, y los de Pepe el de la Matrona, Pericón de Cádiz, La Periñaca y el Borrico de Jerez. También me divertí haciendo la investigación de ¿Se sabe algo? y el Alegato contra la pureza. Me divierto cuando subo a un escenario, cuando dirijo un espectáculo. Procuro estar en todos esos sitios.

«Enrique rompe el mito del bailaor gitano, guapo, estilizado, moreno, con los ojos verdes y el pelo rizado. Él es un hombre contrahecho»    

– De Enrique El Cojo escribe usted lindezas tales como era un hombre enamorado de sí mismo y liberado de vergüenza. Que no le hacía falta abuela. Que era un embaucador y lo sabía. Un pícaro a la antigua. ¿Le habría gustado a él leer lo que aquí se dice de su persona? 
 Hombre, si yo se lo hubiera leído se habría hartado de reír. Todo eso él lo sabía. Y yo se lo decía con cariño.

– También leemos esto: «La fabulosa fantasía de su braceo no es anecdótica, sino tratado de movimiento admirable, clásico; escuela y código». O esto otro: «Enrique fue un ser ciertamente extraordinario, onírico, único. (…) Siempre defendió la distinción y suprema y exquisita categoría de lo suyo». ¿Qué siente el biógrafo por el personaje biografiado? 
Fue un hombre que se adelantó a su tiempo en la defensa de la dignidad del trabajo que él desempeñaba. En aquel tiempo la inmensa mayoría de los flamencos se buscaban la vida en las juergas. Eso significaba que el cantaor, el tocaor o el bailaor tenían que estar a disposición del señorito, que era el que pagaba, hasta que él quisiera. Entonces Enrique, que yo eso no lo advertí en su momento pero sí ahora al hacer la reedición, nunca se sometió a esa dictadura. Hay una ocasión en la que él acude a una fiesta en un local de la Alameda, porque hay una amistad de por medio que le pide que vaya. Él va, hace su trabajo, baila, y cuando termina dice: señores, adiós muy buenas, yo me voy a mi casa. Y uno de los trabajadores la contesta: ¿pero tú cómo te vas a ir, si esto no acaba hasta que el señorito no dice que esto se ha acabao? Ah, pues lo siento. Que me paguen. En esos años 20 y 30 había que tener mucho valor. Claro, él tenía su trabajo consolidado con las clases que impartía en su academia y hoteles. Es una definición fastuosa de su independencia, de su carácter. ¿Qué siento por él? Un cariño tremendo, una fascinación enorme. Realmente era la gracia más refinada, la sencillez más cómica y la verdad más absoluta. Y mucho arte, muchísimo arte.

«Yo no he sido nada a tiempo completo. De primera idea tenía intención de ser escritor, periodista, novelista…, pero luego la vida lo lleva a uno para acá y para allá. No reniego de nada. Bueno, hay cosas que no debería haber hecho, pido disculpas»

– ¿Estaba profesionalizada y prestigiada la formación flamenca de academia en tiempos de Enrique el Cojo? ¿También se decía entonces que tal o cual artista bailaba de academia? 
 Él ejercía de profesor. Vivía de ser profesor. Su carrera profesional era en cabarés de Sevilla, en sitios flamencos como El Guajiro o espectáculos íntimos, y en la academia. Sí, en ese tiempo también existía la misma historia de la verdad y la mentira, lo auténtico y lo falso, lo aprendido y lo estudiado. Yo creo que es una polémica que no se corresponde con la realidad. Quien dice que alguien aprende en una academia en lugar de en su casa dice algo inconveniente. Los dos aprenden. Como decía mi maestro De la Matrona, la sabiduría es algo que viene entre lo que se tiene y lo que se aprende. Y todos los estudios de antropología educativa dicen que los seres humanos somos consecuencia de lo que somos como personas y de lo que nos enseñan cuando somos criaturas. Por ejemplo, los gitanos aprenden en Las Tres Mil o el barrio de Santiago, y esa es una enseñanza mucho más dura, más divertida, más libre, más controlada, más abierta y también más cerrada, porque se aprende de la casa, que no se da como disciplina. La madre, una gitana o gachí que está bailando en un tablao, no le dice al bebé: nene, que vamos a bailar ahora. Pero el niño está en la barriga de su madre y está bailando con ella. Y cuando nace, a los dos minutos ya le están tocando las palmas. Entonces, el aprendizaje en un grupo étnico flamenco gitano andaluz es mucho más severo, más profundo, no se interrumpe nunca, se hace no por esclavitud, sino por gusto, por elección, por tradición, por lo que sea. ¿Eso es estudio? Eso es impepinable. Es estudio desde la barriga de la madre. La universidad está ahí, en el barrio. Es una enseñanza totalmente reglada y codificada.

José Luis Ortiz Nuevo, autor de la biografía de Enrique el Cojo. Foto: perezventana

José Luis Ortiz Nuevo, autor de la biografía del bailaor Enrique el Cojo. Foto: perezventana

– Enrique el Cojo fue enterrado en Sevilla el 30 de marzo de 1985. Se dice de él que fue maestro de Lola Flores, Manuela Vargas o Cristina Hoyos –feliz prologuista de esta obra–, y estaba en posesión de la Medalla del Trabajo, el Premio Puente de Plata y la Medalla de Plata de las Bellas Artes. Así que sintió en vida el reconocimiento de los suyos, entendemos. No siguió esa tradición tan flamenca de morir solo y pobre, o con una faca en el vientre? 
 
Sí, Enrique no murió pobre. Y además murió con el cariño de Sevilla. Otra cosa es que luego Sevilla lo haya olvidado indebidamente, las instituciones, el flamenco. Pero él presumía de que se montaba en un taxi y los taxistas no le cobraban. Yo he estado sentado con él en la Campana toda una tarde y no paraba la gente de saludarlo. Recibía todos los días el homenaje de la ciudad, de los sevillanos y las sevillanas, de una forma espontánea, natural, muy bonita. 

«Creo que el trabajo que he hecho para la Bienal se terminará haciendo más pronto que tarde. Si no es ahora, el año que viene. Así que estoy razonablemente contento. Y también ligeramente preocupado»  

– ¿Qué libro queda por escribir en el flamenco? ¿Qué espectáculo queda por escenificarse? 
 Uff, muchos, muchísimos. Hombre, más que escrito yo echo en falta una gran película de flamenco. Las de Saura son grandes películas, pero ahora debería haber alguna gran obra como fue Los Tarantos en los años 60. Y también una gran obra literaria, no hay. Los narradores, los escritores, los cronistas españoles y andaluces en particular, como Muñoz Molina, por ejemplo, no entran en la trama del flamenco. Queda por ver en nuestros días un novelón grande, un gran musical, una gran película… Hay muchas cosas que quedan por hacer.  

– La publicación de esta obra coincidió con su nombramiento como director de la Bienal de Flamenco de Sevilla. Y hoy, en este preciso instante, otoño de 2017, estando sentado frente a mí en el Bar Plata, junto al Arco de la Macarena, ya no es usted el director de la Bienal por razones espinosas de sobra conocidas y publicadas. Permítame preguntarle solo una cosa de forma bienintencionada: ¿cómo se encuentra usted físicamente y moralmente, como decía el universal Chiquito? 
 Se supone que debiera estar mal, pero estoy muy bien. Y estoy muy bien porque creo que he hecho el trabajo que se me había pedido, independientemente de que se lleve a cabo o no. Y como parece ser que no se va a poder hacer como yo pretendía, pues estoy emprendiendo otros trabajos nuevos que me llenan de ilusión y energía. Además, creo que el trabajo que he hecho para la Bienal se terminará haciendo más pronto que tarde. Si no es ahora, el año que viene. Así que estoy razonablemente contento. Y también ligeramente preocupado, porque tengo que buscarme la vida para pagar el alquiler de la casa donde estoy viviendo con mi hija y su pareja. Pero bueno, he salido de cosas peores. Me siento con fuerza y capacidad para seguir creando en otros territorios. Con muchas ganas.

José Luis Ortiz Nuevo, junto al periodista Quico Pérez-Ventana, redactor de Siete Revueltas.

José Luis Ortiz Nuevo, durante la entrevista con el periodista Quico Pérez-Ventana, redactor de Siete Revueltas.

Autor: Quico Pérez-Ventana

Quico Pérez-Ventana tiene 15 artículos escritos.

Periodista andaluz de intereses etéreos y estrofas cabales. Docente de redacción digital y netiqueta.