Seguir a Joaquín Sabina con una cámara durante trece años es el jugoso material con el que Fernando León crea un documental atípico que refleja especialmente la cara B del artista, el lado que nunca vemos. Acercarse a él entre bambalinas, en su camerino, en su habitación de hotel, en sus viajes en coche, en su propia casa,…. Horas y horas de grabación para realizar un laborioso montaje de dos horas.
Con todo ese material, Fernando León podría haber optado por una opción bien distinta a lo que vemos finalmente en la pantalla; podría haber enriquecido su relato con testimonios de otras personas, por ejemplo, o construir un documental más al uso. Pero León prescinde de todos los convencionalismos y parece tener clara su intención desde que empieza a recoger con su cámara la faceta más desconocida de Sabina.
La cámara de Fernando León es implacable; persigue a Sabina incluso cuando él podría pensar que nadie le está filmando, sin imaginarse hasta qué punto le están desnudando el alma, con la minuciosidad de un plano que se acerca a su rostro y se mantiene durante un largo tiempo, examinando cada uno de sus gestos, tratando de introducirse en los pensamientos y las emociones de Sabina –cosa que consigue en muchos momentos-.
No hay falsedad ni impostura en ninguna de estas tomas, todo es de una naturalidad que nos divierte y emociona, alternando la risa con el drama, sorprendiéndonos en muchas ocasiones. Quizá lo más impactante sea contemplar el miedo y los nervios de un artista antes de salir a un escenario –cuando ese artista lleva 40 años cantando ante el público-.
Sintiéndolo mucho posee momentos impagables, a veces para soltar una carcajada, y otras para emocionarnos hasta la médula. Es el retrato bastante singular de alguien que quería escribir “la canción más hermosa del mundo”.