Cuando tienes un buen guión entre manos y un puñado de excelentes actores, poco más se necesita para hacer una buena película. Es la base del cine clásico que tanto recordamos. Solo basta con añadir una correcta planificación y medir adecuadamente los tiempos en el montaje para crear la emoción o la tensión necesarias.
Manuel Martín Cuenca rueda como los cineastas clásicos. No hay aspavientos con la cámara ni florituras visuales. Sus planos son sencillos y directos, tan aparentemente simples que llegamos a olvidar por completo que existe un director tras la cámara. Consigue que dediquemos toda nuestra atención a la propia historia y sus personajes, cuidando al máximo el trabajo con los actores, centrándose en ellos por encima de todo, y logrando que los actores y actrices que aparecen en sus películas brillen de una forma especial (María Valverde en La flaqueza del bolchevique, Antonio de la Torre en Caníbal o el propio Javier Gutiérrez en El autor).
La hija es buen ejemplo del clasicismo de Martín Cuenca, y otra muestra de cómo contarnos una historia a través de los ojos de sus personajes, con unas interpretaciones formidables.
Lo que cuenta es la historia de un matrimonio que no puede tener hijos, y encuentran la oportunidad de ser padres gracias a una chica de catorce años que se ha quedado embarazada. El plan es quedarse con el bebé previo acuerdo con la chica al margen de la ley. Pero en el cine nada ocurre según lo planeado, y cuando las cosas se tuercen, sale a relucir el lado más oscuro y despiadado del ser humano. Es entonces cuando las buenas personas se transforman en monstruos egoístas capaces de saltar por encima de todo para conseguir lo que desean.
Martín Cuenca lo narra todo con ese estilo sencillo donde la cámara capta a la perfección las motivaciones y sentimientos de cada personaje, dedicándole a cada rostro los segundos necesarios para transmitir un cúmulo de sensaciones, creando el suspense y la tensión desde que comienza la historia, y consiguiendo que la cinta evolucione de forma creíble hacia el horror que se esconde en nuestros instintos más primarios.
En suma, La hija es una nueva demostración del talento de Martín Cuenca, y de cómo con tan pocos elementos –pero bien elaborados- se fabrica una magnífica película.