En una determinada escena de esta película, un número musical al estilo años 50 es interrumpido por el sonido de un móvil. La La Land se mueve constantemente en esa confrontación entre lo moderno y lo clásico, entre el cine actual y la nostalgia de épocas pasadas. Ryan Gosling interpreta a un defensor del Jazz más puro que aspira a crear su propio club, mientras un músico de sintetizador le dice que “El Jazz está muriendo por gente como tú”, recriminándole su conservadurismo frente a la evolución de los tiempos. Lo que hace La La Land es precisamente eso: enfrentarse al cine del siglo XXI jugando con el estilo musical de la época dorada de Hollywood, tomando multitud de referencias cinéfilas y encajándolas en una historia que transcurre en la actualidad.
Junto a Gosling está Emma Stone, encarnando a un personaje totalmente clásico: una joven que abandona su pueblecito natal para intentar triunfar en Hollywood, trabajando de camarera y acudiendo a infinidad de castings en busca de su gran oportunidad. El filme habla mucho de eso, y es el nudo principal de la trama: la búsqueda de un sueño y cómo perseguirlo, reivindicando a todos esos “locos maravillosos” que lo apostaron todo por un sueño (ha habido tantos en la historia del cine…). Pocas veces se ha expresado de forma tan magistral en qué consiste perseguir ese sueño, o cómo habría sido nuestra vida si hubiéramos tomado otro camino en la búsqueda de nuestros objetivos.
El mensaje está desde el fabuloso arranque de la cinta, con un magnífico espectáculo de cantantes y bailarines en una autopista de Los Ángeles, filmado en uno de esos planos secuencia que cortan el hipo (casi todos los números están rodados de esta forma, con planos largos sabiamente planificados).
La pareja protagonista (soberbios, y especialmente Emma Stone) comparten la ilusión del triunfo en un universo clásico, y por eso irrumpen en la historia esos números que nos recuerdan a tantos musicales que crearon uno de los géneros más característicos de Hollywood, y hoy casi enteramente desaparecido –salvo excepciones como esta-. También por eso, todos los números musicales son una ensoñación de los personajes, un momento de magia dentro de la realidad, en la mayoría incluso se acentúa ese carácter onírico.
Para los nostálgicos, revivir ese estilo y oír la música de aquella época es una de las delicias que tiene La La Land, además de disfrutar con una historia de amor preciosa y uno de los mejores finales que hayamos visto, de esos que emocionan hasta la médula y te hacen reflexionar.
Lo dicho: una película para pasarlo en grande y dejarse llevar por números musicales que casi te levantan de la butaca y te hacen volar como a los protagonistas en una de las mejores escenas del filme.