Lo de Álex de la Iglesia con los finales de sus películas no tiene remedio, ya es patológico. Es como disfrutar de un buen viaje en tren, con vistas espectaculares, estupendos paisajes, discurriendo por lugares atractivos,… pero si al final el tren descarrila, el recuerdo del viaje no es tan agradable.
Ocurre en casi todas sus películas, aunque en el caso de Perfectos desconocidos solo son los cinco últimos minutos. El resto es deslumbrante, y si la cinta dura 95 minutos, los primeros 90 son absolutamente recomendables. Lástima que solo necesitaba un buen final para tener una obra redonda.
Esta vez, el director y su guionista habitual, Jorge Guerricaechevarría, realizan un remake de la cinta Perfetti sconosciuti (2016), de Paolo Genovese, que batió récords de taquilla en Italia, aunque el guión se ha modificado bastante en sus diálogos y hasta en su parte final.
La historia plantea una típica cena de amigos en la que a alguien se le ocurre romper la monotonía de estas reuniones. Se trata de dejar el móvil encima de la mesa, y cualquier mensaje o llamada que reciban puede ser leída o escuchada por los demás. La presuntuosa frase “Yo no tengo nada que ocultar” empieza a destrozarse a medida que los teléfonos suenan, desvelando secretos que irán aumentando la tensión entre este grupo de amigos. Lo que vemos es el retrato de la hipocresía del ser humano, de la falta de confianza y sinceridad en numerosas parejas, de los monstruos que cada uno puede guardar en su armario, y de cómo la tecnología actual nos puede traicionar sacando a la luz cualquier trapo sucio.
De entrada, estamos ante el clásico tour de force: siete personajes en un único escenario, lo que en manos de otro cineasta podría caer en un teatro filmado; pero con Álex de la Iglesia, todo es completamente cinematográfico, con una realización impecable. Sumemos un reparto de actores formidables, donde Eduard Fernández, Ernesto Alterio y Pepón Nieto brillan por encima de los demás, sin desmerecer a Eduardo Noriega, Belén Rueda, Juana Acosta y Dafne Fernández. No se le puede poner peros a ninguno de ellos (aunque lo de Eduard Fernández es otro nivel).
Sigamos sumando: un guión muy cuidado, con diálogos agudos e ingeniosos, creando situaciones de comedia de enredo que nos hacen soltar la carcajada en más de una ocasión, enlazando con habilidad elementos y personajes, jugando con inteligencia entre lo divertido y lo dramático, dando giros oportunos en determinadas secuencias, haciendo progresar con habilidad el nivel de tensión de la trama. Hay momentos absolutamente geniales, de pura maestría cinematográfica, y solo por esos momentos ya merece verse este filme.
Lo dicho: 90 minutos de película modélica –muy recomendable- y cinco minutos finales en los que Álex de la Iglesia se saca de la manga un recurso manido y decepcionante. Lástima.