El director James Mangold no es Steven Spielberg, y eso se nota. Una película de Indiana Jones sin la mano de su creador adolece de muchas carencias. Para empezar, no hay una sola secuencia que posea algún destello de genialidad; en todas las cintas de Indy podemos encontrar algún momento que pueda guardarse en una antología del cine de acción y aventuras –en unas más que otras-; aquí no se da el caso. La planificación de Mangold y su forma de rodar está muy por debajo de la inteligencia de Spielberg.
El arranque de Indiana Jones y el dial del destino, con un Harrison Ford en sus mejores tiempos (gracias a la última tecnología), no está mal, y nos propone un viaje nostálgico al pasado y un propósito de homenajear al héroe. El filme podría haber potenciado más ese factor: rendir tributo a la saga con referencias al pasado y a la juventud del arqueólogo cuyo actor ya ha cumplido 81 años. Pero apenas tenemos algo de eso: solo la aparición de Marion (Karen Allen) y su compañero de aventuras Sallah (John Rhys-Davies).
Sí es interesante la descripción del personaje en sus horas más bajas (Ford muestra todos sus achaques sin ningún prejuicio), y el fuerte contraste entre sus mejores tiempos y el mundo en el que vive ahora, un mundo en el que la tecnología avanza a pasos agigantados. Indy sigue viviendo en el pasado, apasionado por las reliquias antiguas y las leyendas olvidadas por las nuevas generaciones. El dial del destino, un artefacto capaz de encontrar fisuras en el tiempo, también es otro elemento que podría haber dado más juego en la trama.
En suma, tenemos un capítulo final de Indiana Jones que no posee el alma que debería tener. Estamos ante una cinta de aventuras que entretiene, que nos da algún que otro momento divertido y que se ve con agrado en su mayor parte, aunque también con bastante decepción. La cinta se queda en un apunte de lo que podría haber sido un gran homenaje final, y cuya batuta debería haber estado en las manos de Spielberg.