Elizabeth Fremder (I)

Autor: Rafael Martín || Fecha:   Creación, Ficción, Firmas, Letras, Varios

Primera entrega de una serie del joven autor Rafael Martín, que iremos publicando cronológicamente de martes a viernes...

Martes

El camarero, que tenía el segundo turno en el bar del Hotel Costa Relax, secaba en una esquina las copas recién salidas del lavavajillas con un paño de algodón. Miraba alrededor, escudriñando las ventanas y las mesas ya vacías del local, atravesando las paredes de cristal con los ojos hasta posarse en la piscina en calma, solitaria, imaginando el día en que encontrara un trabajo relacionado con sus estudios universitarios y abandonara aquel lugar que tan decadente le parecía después de tres años rodeado de las mismas copas.

Tenía ganas de llegar a casa y tumbarse en la cama después de una larga ducha caliente, pero dos ancianos aún permanecían con sus bebidas sentados en distintas partes de la barra del bar, dejando pasar los minutos, sin ningún atisbo de prisa o empatía hacia él. Pensaba que apagar las luces de media sala no funcionaría. Miraba sus caras, recogidas en un gesto tan parecido de desasosiego, con el mismo suspiro sin llegar a salir, con los mismos ojos desenfocados y perdidos. No pudo reaccionar ante la copa de cristal que escapaba de entre sus dedos desatendidos y se estrelló contra el suelo. Javier quedó reducido a una mueca desproporcionada de terror al sonido que iba a producir la copa, pero el sonido se diluyó antes de que la mueca desapareciera, alzó la vista para comprobar la reacción que habían tenido los dos clientes y éstos habían levantado la cabeza de sus bebidas para mirarle preocupados.

– Me cago en Dios.- Dijo Javier entre dientes, mientras se agachaba a recoger los trozos más grandes de cristal, sin poder evitar que los dos clientes lo oyeran.

– ¿Estás bien, Joven?- Uno de los hombres, de pelo negro sin canas y con una barriga que le impedía acercarse demasiado a la barra, se había levantado en un gesto cortés de atención.

– No, no se preocupe, disculpen el sobresalto.- Sonrió Javier automáticamente con la rodilla hincada en el suelo, una sonrisa que había perdido espontaneidad con el uso indiscriminado, pero esa vez era casi sincera.

– Me cago en la mar, ¡Qué susto!- Dijo el hombre de barriga incipiente, mientras se sentaba de nuevo y bebía un trago de su ron, pero las palabras iban en dirección al otro hombre de cara arrugada. Un intento de complicidad, de acercamiento. Estaba aburrido de pensar, simplemente quería hablar con alguien. El hombre de la cara arrugada se giró hacia él con una extraña sonrisa.

– ¿Sabés? Una cosa que tienen en común España y Argentina es que todo el mundo se está cagando siempre en algo.- Dijo el hombre tras una sonrisa. Carlos lo miró unos segundos, en silencio, y al unísono estallaron en carcajadas, mientras Javier se alejaba con los restos de la copa en la mano, pensando que se estaban riendo de él.

– Hola, buenas noches, yo me llamo Carlos Blanco.- Alargó su mano hacia él aún riendo.

– Encantado Carlos, yo soy Esteban…- El hombre se llevó una mano a la frente dándose un golpe, mientras le estrechaba la otra. Soltando a su vez una risa liberada y lúcida.- Perdón, no me llamo Esteban, me llamo Amitai, Amitai Fremder. Disculpame, ha sido un lapsus.- Amitai se levantó de su silla y la acercó hasta donde Carlos le esperaba con gesto extrañado.

– ¿Cómo se puede equivocar alguien con su propio nombre?

– No sería equivocación si resultara que he tenido los dos nombres.

– ¿Delincuente profesional?

– No, nada más lejos de la realidad… pero si querés saber mi vida me tenés que invitar a una copa.

– Eso está hecho… ¿pedimos vasos de plástico?

Los dos estallaron de nuevo en una carcajada sonora, risas que llevaban tiempo necesitando salir, atrapadas por el pasado en la garganta de ambos ancianos.

Javier volvió del almacén con una escoba de madera y Amitai levantó temblorosa la mano para llamar su atención. Soltó la escoba mientras se tragaba un bostezo y se acercó hasta donde los dos ancianos, ahora con sus asientos más juntos que antes, dejaban mostrar sus incontables arrugas al sonreír infantilmente.

– ¿Qué desea?- Dijo Javier cortésmente sin añadir nada más que un gesto cansado con sus cejas.

– Pues, yo beberé Scotch en esta ocasión, voy a dejar el vino, y mi compañero aquí presente beberá… ¿vos que bebés?

– Otro ron sin hielo, por favor.

– ¿Cómo quiere que le sirva el whisky?- Javier se frotaba las manos, agradecido de al menos tener un poco de actividad en esa noche. Amitai levantó dos dedos.

– Doble, con dos dados de hielo.

Los dos hombres esperaron hasta que Javier les sirvió las copas y se había alejado después un poco para empezar a hablar.

– Entonces, ¿Argentino? Se diferencia el acento a kilómetros de distancia.- Empezó Carlos con un tono divertido.

– Pues no, no soy Argentino, en realidad soy de Israel, pero viví muchos años allá.

– ¿Trabajo?- Preguntó mientras Javier les acercaba unos frutos secos a la barra.

– Gracias.- Dijo Amitai sonriendo al camarero y volviendo su mirada a la izquierda.- ¿En Argentina? Para mí, el suficiente.- Sonrió de manera cómplice, como si Carlos pudiera entender su comentario.- Sí, por laburo… trabajo. ¿Y vos?

– ¿De Dónde soy? Madrileño desde que recuerdo.- Sacó pecho, haciendo que su amplia barriga tocara la barra.

– Me encanta Madrid, estuve en la ciudad varias veces.

– Ir a Madrid por placer, ¡qué recuerdos! Yo escapo cada vez que puedo.

– ¿Y Alicante les parece mejor lugar?- Se extrañó Amitai mirando a su alrededor.

– Bueno, quizás no sea tampoco este el lugar donde desearía acabar mi vida, aquí acabo sólo algunos veranos.- Carlos asentía para que el silencio que había creado su tonta frase no pareciera muy largo.

– ¿Viniste acompañado?- Dijo por fin bebiendo después un sorbo de su whisky.

– Sí, con mi mujer. Está hace rato en la habitación durmiendo, pero yo soy incapaz de dormirme hasta que no cuentan las horas del día que empieza. Y aquí estamos, ¿no?- Carlos daba a entender que ambos estaban en la misma circunstancia, pero su compañero de bar bajó la mirada unos instantes, esquivo.

– Bueno, yo vine solo esta vez.- Y su voz se tornó triste y lejana.

– ¿Esta vez?

– Sí, ya estuve en Alicante hace años, esa vez vine con mi esposa. Este viaje quizás es mi homenaje a ella, siempre quiso volver acá.

– Lo siento… ¿Hace mucho que pasó?- Preguntó con la cara casi por completo oculta tras su vaso de ron.

– Lo suficiente para tener que llevar una foto encima y asegurarme de no olvidar su cara. La vida, ¿no? Yahvé tiene modos extraños de hacer que se cumpla su voluntad.- Amitai se llevó la mano izquierda al pecho y tocó algo que colgaba bajo la ropa, dulcemente. Carlos posó el vaso sin hacer ruido, mirando la mano de su compañero, curioso.

– ¿Vives ahora en Israel?- La pregunta hizo que Amitai levantara su cabeza y le volviera a mirar.

– Israel vive en mí, amigo, pero hace diez años que no vuelvo.- Sonrió tristemente, soltando un sonoro chorro de aire por la nariz.- A veces, las circunstancias te alejan de tu hogar, de la gente a la que amás, a veces de Dios, pero volveré a Israel cuando sienta que tengo derecho a volver, cuando me sienta en paz y se haya hecho justicia a…- Se calló pensativo, rozando su incipiente barba.

– ¿Tu pueblo?

– Sí, iba a decir a mi pueblo.- Amitai asentía lentamente.- pero, en realidad, es… es a mi mujer.

– ¿Quién eres, Amitai Fremder?- Carlos se inclinó hacia delante, con el codo derecho apoyado en la barra, tornado hacia un lado para no rozarla de nuevo con la barriga.

– Aún no sé si puedo confiar en vos.- Se recostó sobre el pequeño respaldo lanzando el dedo índice hacia Carlos.- pero sí sé algunas cosas ya por la forma que te movés.

– ¿De mí? ¿Qué sabes?- Carlos acompañó sus palabras con una mano acuciante.

– Ummm…- Amitai sonrió dejando ver sus dientes grises y, después, su expresión se tornó tan seria que Carlos no pudo más que dejar de sonreír.

– Sos policía.- Empezó a decir tocándose la barbilla con la mano izquierda.- Estás retirado, pero nunca has dejado de sentirte en activo, hacés viajes de este tipo para encontrar un poco de tranquilidad y desconexión, pero no podés conseguirlo. Tenés problemas de visión y más allá de media cuadra no ves más que una mancha difuminada, ¿voy bien?

– Sigue.- Carlos también se recostó, rendido.

– Sos diabético, no llevás alianza porque cuando bebés ron los dedos se te hinchan.- Carlos se miró las manos y se llevó después una de ellas al pecho.- Por eso te llevás tanto la mano al pecho, tenés la alianza en el bolsillo de la camisa, si la perdieses no sería la primera vez, ¿es cierto? Aunque no deberías beber alcohol, nunca lo hacés mientras tu mujer está despierta. Sos zurdo, pero extrañamente agarrabas la pistola y la porra con la mano derecha…- Se paró un segundo y dijo al final.- Has causado mucho dolor a tu alrededor- Amitai soltó una larga bocanada de aire al terminar, como si hubiera realizado un gran esfuerzo físico.

– En serio, ¿quién eres?- Carlos estaba inquieto, se sentía vulnerable, tenía la impresión de que nada podía ocultar a aquel hombre, le veía tal y como era.- ¿A qué te dedicabas? Bueno, o dedicas.- Quería desviar la atención sobre él, Amitai se dio cuenta.

– Siempre me he dedicado a lo mismo, a procurar que se hiciera justicia.

-Entonces no eras policía.- Carlos rió una carcajada oscura y siniestra que pretendía ser divertida.

– No.- Contestó sin participar de la broma de su recién amigo.- Digamos que trabajaba de relaciones internacionales para mi país.

– ¿Como un cónsul?

– Si un cónsul lleva pistola, sí, un cónsul.- Entonces fue Amitai el que soltó una carcajada que Carlos no acompañó.

– ¿Espía?

– ¿Me está interrogando, Sargento?- Su arrugada cara adquirió una mueca pícara, previendo que no iba a ser creído.- Trabajaba para el Mosad.

– El Mosad, Mosad.- Repetía Carlos intentando recordar de qué le sonaba aquel nombre, y abrió los ojos, sorprendido.- ¿Un cazador de nazis? Me estás tomando el pelo.- Negaba moviendo la cabeza, incrédulo.

– Bajá el volumen. No, no te tomo el pelo. Me retiré hace…

– Diez años.- Le interrumpió Carlos, mientras empezaba a entender y aceptar lo que escuchaba.

– Exacto.

– Yo también soy perspicaz, aunque tú me has sorprendido, me has desnudado. ¿Os lo enseñan allí?

– No, allí lo potencian.- Amitai bebió un gran trago, dejando sólo dos deformados trozos de hielo rozados de amarillo.- Me escogieron precisamente por mis capacidades.

– Entonces, Esteban eh, ¿buscabas nazis en Argentina, Esteban?- Carlos se empezó a sentir cómplice en cierta manera.

– Yo encontraba nazis en Argentina, Carlos.

– ¿Tantos había?

– Muchos más de los que salen en los documentales para televisión, y muchos más de los que los periódicos supieran nunca.

– ¿Matabais o deteníais nazis para hacerles un juicio?- Aquella pregunta arqueó las cejas de Amitai y apretó sus labios.

– ¿No es la muerte un juicio quizá?- Lanzó el dedo hacia el techo y más allá con el brazo extendido, Carlos miró hacia arriba y comprendió, se refería al juicio de Dios.- Ten en cuenta que esa gente mató a miles de generaciones de judíos y no es una película, no pasó en la edad media, yo viví aquello, mi mujer vivió aquello, y aunque nosotros sobrevivimos, nuestros padres no lo hicieron. ¿Qué ocurriría si la persona que mató a tus padres y a cientos de personas más, vive alegremente con sus hijos y su mujer en una casa en la montaña?

– Iría a matarlos.- Dijo sin dudar, con un odio en la mirada que no era actual.

– Yo no pude matar a la persona que mató a mis padres.- Comentó abatido, triste.- y hubo muchos juicios, pero de los peces gordos, de los asesinos de masas, para que el mundo pudiera verlo.- Hizo un gesto amplio con la mano, como si la sala estuviera llena de gente a la que referirse.- pero, ¿qué pasa con los nazis de rango menor? Esos guardias de campos de concentración y guetos… mirá, cada nazi que maté lo hice sabiendo que era el asesino de algún familiar, algún compañero, algún posible futuro amigo. Un cáncer.

– Es increíble lo que me cuentas.

– Bueno, ¿y vos? Es tu turno.

– Nada de lo que cuente tendrá la mitad de interés ahora.- Carlos se giró hacia delante de nuevo, colocó las dos manos sobre su vaso y bajó la barbilla, que se fundió con la grasa del cuello.

– A mi me interesa, estoy harto de escucharme hablar.- Dijo dando un golpe amistoso en la espalda de Carlos.- ¿Por qué policía?

– No sé.- Giró su cabeza hacia Amitai y le mantuvo la mirada.- Quizás, sentía la necesidad de formar parte de algo que defendía al país, y sólo lo podía hacer así.

– No me he enterado de nada.- Contestó negando con la cabeza.

– Me imagino.- Sonrió Carlos.- Quizás sea porque no estoy orgulloso de lo que hice, de quién fui.

– ¿Y ya no sos aquella persona?

– Cuando me retiré tuve por primera vez tiempo para pensar en mi vida, de pensar con detenimiento en cada cosa que hice, quizás hubiera necesitado ese tiempo cuando era joven y mi padre no me dio ese tiempo, España no me dio ese tiempo, y me convertí alguien terrible.- Amitai escuchaba atento las palabras de su compañero de barra, y miraba sus labios, el movimiento de sus ojos. Sabía que no era totalmente sincero aquello que decía, parecía querer contentarle, contarle lo que creía que quería escuchar, pero no quiso darle la razón.

– No digas eso.

– Sí, el monstruo que España necesitaba, lo que sentíamos que era.- Carlos parecía recitar, aquellas palabras habían sido dichas anteriormente, practicadas.

– Franco ya no es más que un fantasma, no te atormentés con la sangre de tus manos, Dios sabe que te arrepentís.

– Por eso soy un monstruo, porque no me arrepiento.- volvió a mantenerle la mirada – ¿Acaso tú te arrepientes de algo de lo que has hecho? Necesitamos no arrepentirnos, hay quiénes necesitamos sentirnos un monstruo para, al menos, tener una explicación.

– Yo no me arrepiento.

– Pero tu causa es noble.

– ¿Qué tiene de noble? Sólo hacemos lo que es justo, justicia buscamos, no la nobleza en la muerte de un hombre.

– ¿Y qué justicia hay para mí, que golpeaba desde mi caballo a los estudiantes en las universidades, y ahora empeño mi pensión para que mi nieto tenga la oportunidad de estudiar en una?- Amitai seguía sintiendo que quería contentarle, que aquella no era realmente la persona que estaba a su lado, que varias máscaras su compañero llevaba sobre la verdadera cara, sobre sus verdaderas palabras sinceras.

– ¿Qué más condena querés sobre vos que esas palabras que decís? ¿Qué más cárcel querés que tu arrepentimiento?

– ¿Te importó alguna vez que alguno de esos nazis sólo cumpliera órdenes? ¿Qué viviera su vejez atormentado por lo que hizo? ¿Te hubiera servido como condena?

– Vos no sos un nazi, nada de lo que hicistes podría ser peor.

– Peor… los grados de la maldad, ¿no?- Carlos sonrió siniestramente.- Quizá yo también mereciera que alguna noche alguien me metiera una bala en la cabeza.

Los dos ancianos quedaron observando distintas partes del bar, reflexionando sobre lo que cada uno había dicho hasta el momento y por qué.

– Es Extraño, ¿verdad?- Dijo Amitai antes de beber un sorbo de whisky, encontrando sólo el agua derretida del hielo.

– ¿Qué es extraño?

– Esto. Esta confianza. Me parece vivir de nuevo los sueños que tenía cuando era Esteban allá en Buenos Aires.

– ¿Qué soñabas, amigo?- Carlos le prestó toda su atención.

– Tarde o temprano, cuando vivís en un lugar, hacés amigos, necesitás tener gente cerca… además, era una forma de ocultar mi verdadera identidad, si no dudaban de quién eras, nadie podía sospechar que eras otra persona. Cuando tenés amigos sos lo que esas personas dicen que sos. ¿Me entendés?

– Por ahora, sí.

– Cada noche sentía que estaba traicionando a esas gentes, eran mis amigos, pero eran amigos de una mentira, los traicionaba cada día y soñaba que les contaba la verdad, en mis sueños me encontraba a gente en la calle, en los bares, en alguna oficina, y sin ningún reparo les contaba que era judío, que desde mi casa se puede oler la sal del mar muerto. Nunca había contado la verdad a nadie en este idioma, y mis palabras parecen rebotar como si fueran ecos de aquellos sueños.

– Bueno, ahora no estás soñando, estás confiando en alguien. Y llevas razón, ¿o acaso crees que yo voy diciendo por ahí que me considero un monstruo? Quizás sea la edad, no sé, a lo mejor tenemos tantos recuerdos ya que no somos más que espectadores de nuestras vidas, y hablamos de ella como si fuera la vida de otro, vivida por cualquiera. Quizás algunas personas, sólo algunas, no se quieran marchar a la tumba llenos de palabras sinceras.

– Quizás necesitamos que nos digan que no somos monstruos.- Dijo Amitai mirándolo de soslayo.

– Sí, que no fue odio sino el amor a una idea lo que nos motivó a hacer lo que hicimos.- Carlos le devolvió una mirada igual y, al encontrarse ambas miradas, se perdieron distantes y distanciadas entre sí

– Que alguien nos mienta con una sonrisa en la cara.- Sentenció Amitai mientras una mueca amarga se llevaba cualquier rastro de sonrisa que permaneciera oculto en sus arrugados labios.

Los dos hombres quedaron en silencio, con los vasos vacíos y la cabeza rendida ante el peso de los ojos también derrotados. Amitai levantó su mano derecha de la pierna donde reposaba para comprobar que había vuelto aquel temblor de años atrás. Siempre, las noches previas a algún gran operativo, temblaba, y aunque se convencía de no tener miedo, sabía que ese temblor no podía significar otra cosa. Nunca dejaba que nadie le viera de esa manera, pero Javier, que desde la puerta del almacén había escuchado toda la conversación, también vio cómo, mientras Carlos estaba navegando por sus oscuridades con la mirada perdida, la mirada de Amitai estaba posada en su mano temblorosa, preocupado. Javier quiso retroceder sin hacer ruido y volver al almacén; así darles la oportunidad a los dos hombres de pensar que nadie les había escuchado. No había calculado la distancia a la que estaba de la pared y con la espalda apagó los interruptores que allí había. La sala quedó a oscuras, iluminada sólo por unas vetas irregulares que se proyectaban en el techo desde la piscina. Los dos ancianos quedaron en penumbras, pero no reaccionaron, no parecían darse cuenta y el camarero esperó unos segundos con la mano puesta sobre el interruptor. Por primera vez en toda la noche, mientras contemplaba las oscuras siluetas, Javier, no los miró con desprecio.

Rafael Martín

Autor: Rafael Martín

Rafael Martín tiene 4 artículos escritos.

Sevilla, 1984. Este animador sociocultural, casi psicólogo, medio sevillano, pero definitivamente andaluz, ha ganado algunos premios de distinto prestigio, como el Barcarola 2012 de relato corto, siendo el ganador más joven en la historia del certamen. Actualmente colabora en Wall Street International Magazine, vive por y para la literatura, pero no de la literatura, como cualquier escritor amateur. Otro talentoso Oliver Twist del mundo editorial. Paciente. A las puertas, con un cuenco vacío esperando la merecida oportunidad de un poco más.