El equipo Cohen contaba con las ponencias de Alberto Manzano, biógrafo y traductor de la obra de Dylan, Cohen y otros compositores, y Jiri Mesic, traductor, poeta y autor de una tesis sobre el canadiense. Por su parte, el equipo Dylan lo formaron Manuel Almagro, Catedrático de Lit. Inglesa (USE), y el músico sevillano Chencho Fernández.
Entre las cuestiones que se debatieron al final de la charla, quisiera destacar para motivo de este artículo la de la continua ‘traición’ de Dylan. Ya sabéis del folk a eléctrico, de la canción protesta a temas inocuos, a la religión y, por último, ese rollo crooner de Triplicate (2017), su último disco. Aquí es donde quisiera exponer mi opinión.
Ante la pregunta de uno de los asistentes entre el público al respecto, fue Chencho Fernández quien dijo que no veía ninguna traición, «incluso en su propia involución, evoluciona», defendía el músico. Me quedo con esa frase. En la ruptura continua de Dylan con su trabajo inmediatamente anterior durante toda su carrera reside la esencia de su fidelidad a su figura y a los buenos entendedores que haya entre sus seguidores. Hacer siempre lo que no se espera es la cuestión formal de todo este asunto. El maquillaje de su obra. El mcguffin de Hitchcock. Solo un medio más para reforzar la única verdad incorruptible en la trayectoria del músico de Minnesota: Yo me debo a mí y a mi obra.
Dylan solo ha hecho canciones. Lo demás nos lo hemos inventado nosotros.
¿Qué hubiese sido de Bob Dylan sin haber roto siempre con las expectativas? Sin que le hubiesen gritado nunca «¡Judas!» en Manchester por haber abandonado el folk político y darse contra su primera hornada de fans en Bringing It All Back Home (1965). Probablemente otro cantautor más, quizá algo más destacado, pero no lo suficiente como para dividir al mundo de la cultura por haber recibido un Premio Nobel. Para entender a Dylan hay que tener en cuenta que la fuente de su obra es ir contra el decoro en cualquier ámbito. Y su música, para no ser entendida como producto, tenía que ser así por encima de todo. Aferrarse a la fórmula que le dio sus primeros dólares hubiese sido venderse a un público que nunca le hubiese pertenecido. Bajo ese maquillaje de sus cambios de estilos subyace su fidelidad, su ausencia total de traición. El no prostituir su obra. Ya lo dije en otro artículo que tengo por ahí: «Dylan solo ha hecho canciones. Lo demás nos lo hemos inventado nosotros».
Quise exponer esta cuestión mientras el debate estaba abierto al público, pero el turno de palabra zanjó el debate con una intempestiva curiosidad acerca de cómo era la relación personal de Alberto Manzano y Leonard Cohen. Cómo era el cantautor en las distancias cortas. En fin, un servidor, pese a ser más dilaniano, espera de corazón que el café de Cohen no siga suscitando más interés que sus canciones.