Cuando un tonto coge un camino y el camino se acaba, el tonto sigue caminando. La industria de Hollywood lo ha hecho varias veces: encuentran un filón, lo explotan y siguen haciendo películas incluso cuando el filón ya está agotado. El éxito de ‘Gladiator’, de Ridley Scott, nos devolvió el cine de romanos y llenó las pantallas de centuriones, emperadores, guerreros y esclavos (‘Atila el Huno’, ‘Druidas’, ‘La Reina de la Guerra’, ‘La última legión’, ‘Centurión’, ‘La legión del Águila’,…), además de infinidad de títulos épico-históricos como ‘Troya’, ‘Alejandro Magno’, ‘Dioses de Egipto’,… el propio Scott pegó dos batacazos con ‘El Reino de los Cielos’ y ‘Éxodus: Dioses y Reyes’.
Esa nueva corriente continuó con el cine bíblico, que se ha empeñado en los últimos años en conquistar la taquilla sin ningún éxito, con una ristra de descalabros económicos: ‘Noe’, ‘Resucitado’, ‘Pompeya’, o la no estrenada ‘Son of God’ (sólo Mel Gibson arrasó con ‘La Pasión de Crist’o).
Los ejecutivos de Hollywood deberían haber aprendido la lección y tomar otro camino. Sin embargo, se han gastado la friolera de cien millones de dólares para el nuevo Ben-Hur y han recuperado unos veinte. En esta cadena de sinsentidos está el hecho de darle la batuta a Timur Bekmambetov, quien a la sombra de Gladiator realizó algo tan infumable como ‘The Arena’, y luego ha perpetrado títulos como ‘Guardianes de la Noche’, ‘Guardianes del Día’, ‘Wanted’ o ‘Abraham Lincoln: Cazador de vampiros’. No hace falta ser un gurú de los negocios para ver la hecatombe desde lejos.
‘Ben Hur 2016’ (así lo leemos en la pantalla al inicio de la película, para que el público no se confunda) es la misma historia de siempre con algunas alteraciones y resumida en dos horas, que la gente ya no está para sentarse cuatro horas, que hay mucho que hacer. En ese recorte desaparece toda la trama con el cónsul de Roma Quinto Arrio, personaje que es sustituido por el jeque que interpreta Morgan Freeman, y varios pasajes se narran al estilo pim-pam-pum (unos cuantos planos en pocos segundos y vámonos que nos vamos), especialmente la parte final con la pasión de Cristo, que aquí es casi del todo innecesaria y tan risible como el pelucón de rastas que le han puesto a Morgan Freeman.
¿Y a quién se le ocurre elegir al brasileño Rodrigo Santoro para encarnar a Jesús? Repiten la escena del romano que va a reprender al nazareno por darle agua a Judá; el romano se detiene y queda paralizado al ver a Jesús, pero no se entiende por qué. Lo que se expresa magistralmente en la versión de 1959 (lo que irradia ese personaje al que no le vemos la cara) es reemplazado por un guaperas sin carisma ni magnetismo, y un momento que debía ser mágico se queda en algo absolutamente ridículo.
Lo único salvable es algún momento en la secuencia de las galeras, y la famosa carrera de cuádrigas, espectacular y bien filmada, única escena que transmite algo de emoción en esta película sin alma.
El resto es desastroso, toda la cinta funciona a base de diálogos simplones, situaciones nada convincentes y hasta la ambientación y el vestuario nos sacan de la película, como ver a Esther montando a caballo con pantalones. Atención a la explicación que da la diseñadora Varya Avdyushko en el press-book de la cinta:
«Esther consigue eludir el destino de la familia de Judah», comenta Avdyushko, «y se hace seguidora de Jesús». A pesar de que se había unido a este movimiento, yo seguía interesada en que destacase, que fuese una mujer fuerte e independiente, no una seguidora pasiva. Se supone que las mujeres no usan pantalones en los dramas históricos, así que diseñé para ella unos pantalones camuflados como si fueran una falda».
Y aquí otra perla:
«Para Timur, lo más importante era que la historia fuese creíble», explica Avdyushko. «No quería hacer una película de época con la que nadie pudiese identificarse. Queríamos que el público estableciese una conexión con los personajes. Si llevaban ropajes extraños, esa conexión iba a ser difícil de establecer, así que empleamos algún que otro truco para que su apariencia fuese algo más contemporánea».
De la misma forma (para una mejor “conexión con los personajes”), en la última escena de la película meten una canción moderna: el tema ‘The Only Way Out’, de Andra Day, una canción que debía sonar a todas horas en Radio Galilea.
Siempre que se hace un remake surge la misma pregunta: ¿era necesario? Esta vez la respuesta es bastante obvia; han realizado un Ben-Hur para las nuevas generaciones a las que no les interesa un pimiento el cine bíblico.