Una hora diaria de maldad

Autor: Rey Romero || Fecha:   Pantallas, Series

Algunas series en las que el mal no puede estar mejor hecho: Peaky Blinders, Sons Of Anarchy, Breaking bad, Orange is the new black. Puro hijoputismo justiciero.

peakyblinders.jpg.f4ab5142659aaf5ea49bf24558c62adcHubo un tiempo en el que a los cineastas norteamericanos les iba lo de ser un país de héroes. En el que el bueno se quedaba con la chica tirando por el camino de la caballerosidad. Y aún tenían la consideración suficiente con el público como para que, siendo conscientes de que podían manipularlo a su antojo, no sacasen lo mejor de nosotros haciendo que nos identificásemos con un comportamiento moral y legalmente –no siempre van unidos– cuestionable.

Vamos a situarnos en los ochenta y los noventa. Habrá otras décadas que ejemplifiquen mejor lo que vengo a decir, pero el que escribe solo va a cumplir treinta y dos julios en cuestión de semanas. En esa época el cine estaba de enhorabuena. Internet y las series todavía no le habían plantado cara y, con excepción de Twin Peaks, todo eran sitcoms huecas que en el mejor de los casos servían para distraer a los más jóvenes del sabor de las lentejas. El cine triunfaba con sus héroes, y al más malo que encontrases apenas le cabía en la conciencia entretenerse media hora en el bar antes de llegar a casa después de haber pasado tres días salvando a La Tierra. Eran hombres incorruptibles que levantaban suspiros en las peluquerías y le hacían el mes al dueño del gimnasio, al del videoclub y al psiquiatra. Eran los días dorados de Mel Gibson como Martin Rigs, Bruce Willis como John McLein, Harrison Ford como Indiana Jones y hasta Vanilla Ice en Frío como el hielo, que era un malote con mirada de perro beagle mojándose en el patio un día de lluvia.

Pero los tiempos cambian y, al parecer, hemos visto tantas putadas productivas en la última década y media que nos empezamos a sentir atraídos por el lado oscuro. Los directores estadounidenses lo saben, ahora les invade la maldad y la tentación. Y como desde que Ciudad de Dios (2002) triunfó en taquilla le han perdido el respeto a lo de manejar la mente del público, han decidido que ahora tenemos que estar de parte de los malos. Es el tiempo de inculcarnos la pasión por un ideal distinto. Y los guionistas han tenido fácil el volvernos adictos a una conducta cargada de la sensualidad inherente a ser un fuera de la ley gracias a las series y a ese amable camello que es Internet. Veamos algunos ejemplos de este giro en la figura del héroe, al tiempo que os recomiendo seguir sus honorables fechorías. Algunas series en las que el mal no puede estar mejor hecho.

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Empiezo hablando de la favorita de un servidor, Peaky Blinders. Ambientada en el Birmingham de justo después de la Segunda Guerra Mundial. Cuenta la historia de una familia de gánsteres dirigidos por tres excombatientes que, al regreso de la contienda y en calidad de héroes de guerra, deciden ganarse el pan con apuestas ilegales en carreras de caballos. El emprendedor y carismático Thomas Shelby, personaje al que da vida Cillian Murphy, consigue que nos parezca un acto justificable matar de vez en cuando a dos miembros de bandas rivales, un inspector de policía y algún que otro desafortunado charcutero colateral. Shelby y sus hermanos no son malos, lo son sus métodos. Te gusta tanto que lleven una navaja camuflada en la gorra como te gusta que nadie en tu barrio la lleve. Los adoras y, a fin de cuentas, lo único que Shelby busca es convertir su modesta empresa de apuestas y extorsión en un negocio legal. El chaval tiene buen fondo.

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Este juego de manipular la empatía del público se vuelve a dar en Sons Of Anarchy. Es una de esas series a las que tienes que dedicarle al menos séis capítulos de tu mejor reserva de paciencia, esa que hasta ahora guardabas con celo para la sala de espera de tu médico de la seguridad social. Al principio es como el ladrillo azucarado de Anatomía de Grey, solo que quitas el hospital y pones a una pandilla de moteros asesinos con trapicheos de tráfico de armas. Pero esos seis primeros capítulos son fundamentales para poner toda tu simpatía al servicio del diablo. Desde el principio, Jack Teller, un seductor de los que las conquistan caminando con una mano en el bolsillo, se nos presenta como el perfecto vecino en cuya voz sus enemigos agradecen una amenaza de muerte. Una vez que Jack, tu motero amigo, ese que si no fuese por la desventaja preferiría ser un bici-volador antes que motero con tal de no dañar al medio ambiente, ha conquistado tu corazón. Tu sentido de la moral ya le ha concedido licencia para todo. Haga lo que haga es lo que había que hacer. Lo entiendes. En su lugar hubieses actuado de la misma forma. Jack, era eso o nada. Yo, que no tengo ni una multa por aparcamiento, solo discrepé con él una vez y no fue fácil.

«Venga, Heissenberg, que se enteren de quién eres. Cárgatelos ya»

Otro caso es el de la obra maestra de Vince Gilligan, la laureada y adictiva Breaking bad. Empieza con un poco de vaselina para tu orificio del retorcimiento ético. Walter White es un hombre bueno, uno de esos tipos a los que les trastorna el sueño no regar el césped. Es fácil empatizar con él. Cumple con un trabajo frustrante, se traga los insultos, mira a su mujer con la misma cara que al guardia de tráfico y, encima, un día le diagnostican cáncer. Probablemente haya por ahí algún ciudadano real que en las mismas circunstancias haya optado por intentar curarse y seguir con esa vida. Pero Walter no. El señor White descubre el negocio del narcotráfico y antes de que al personaje se le tuerza el gesto ya tiene al público pensando: «Venga, Heissenberg, que se enteren de quién eres. Cárgatelos ya». El viaje del héroe que tan bien expuso Joseph Campbell en El héroe de las mil caras aquí adquiere otra dimensión, la del público. Cambiamos con Walter. Nos enternece con su pusilánime vida de apocado profesor de una asignatura que no interesa a nadie –probablemente porque no empezó la primera clase explicando que podían hacerse ricos fabricando droga con ella–, y acabamos idolatrando al cabrón con los cuernos más duros de la temporada alta en AMC.

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«Piper se subleva y envara a todo el mundo con tres acciones de puro hijoputismo justiciero»

Vamos a terminar con un ejemplo más suave de gusto e inclinación hacia las conductas delictivas: Orange is the new black. Estupenda serie que se basa en la vida dentro de una prisión estadounidense de mujeres. Lo de ‘estadounidense’ es importante mencionarlo porque sus creadores establecen muy poca diferencia entre la felicidad de vivir en el Bel-Air de Will Smith y la que se muestra en esta serie. Se enamoran, ríen, aflora el lesbianismo, montan un negocio y hasta hay una que acaba su condena y hace por volver a semejante oda a la libertad. Cuando Dios hizo el Edén pensó en América, sin duda. Los guionistas siguen la senda marcada por los que crearon a Walter White para ponernos ahí donde nos quieren. De parte de los malos. Su protagonista, Piper Chapman, es buena. Así, sin más. Inocua, anodina y, qué cojones, sosa como ella sola. Lo único divertido que había hecho en su vida antes del punto de partida en el tiempo de la serie era haber tenido una época rebelde en la que le dio por ser lesbiana y se fue a liar con la que vendía drogas. Supongo que es prevenir demasiado temer que puedes liarte con una persona de tu mismo sexo y un narco en la misma noche y al mismo tiempo sin ser yonki, homosexual o una célula capaz de hacer la mitosis. Pero Piper entra en la cárcel siendo buena tras un juicio que se ha demorado diez años, con cara de aspirina y maneras burguesas, que le duran hasta que comprende que sus asépticos padres la han educado para todo menos para ser un humano hambriento. Piper se subleva y envara a todo el mundo con tres acciones de puro hijoputismo justiciero. Para la cuarta ya tiene al público en perfecta comunión de odio: «Venga, Piper. Jódelos a todos, que se enteren de quiénes somos».

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Manejar la empatía es algo bien sencillo en el cine. Basta con presentar como prioritarios y justificables los intereses de uno de los dos bandos y familiarizarnos con ellos. Da igual si son moralmente aceptables o no lo son. Es un estudio social que se produce cada noche de emisión. Defendemos aquello por lo que hemos desarrollado cierto cariño, sin importar si otras causas son más nobles que las nuestras. Los creadores nos han cambiado el concepto de héroe. Nos han puesto a comprobar que podríamos simpatizar con un presidente tan turbio como Kevin Spacey en House of Cards o querer ser Steve Buscemi en Boardwalk Empire. Nos han mostrado que tenemos un lado humano al que le encanta sacudirse los escrúpulos de la realidad al menos una hora al día, para imaginarnos vengándonos en el noble nombre de nuestros intereses personales del jefe, del mecánico del seguro, del banco y de ese míster perfecto que cometió el heroico acto de levantarnos la novia. Y nos encanta.

Rey Romero

Autor: Rey Romero

Rey Romero tiene 19 artículos escritos.

Periodista cultural y gastronómico. Tres años al servicio de Su Majestad (Londres, Leeds). De sus cocinas, más bien. Rastreador del rock más comprometido. Del calificativo imposible.