Un teatro en la encrucijada

Asfixiado por una deuda –unos 2 millones de euros- derivada del severísimo recorte en las aportaciones públicas que recibía, que desde el año 2009 se han reducido en torno al 50% bajando de 8,6 millones en 2009 a 4,2 en 2015, el Teatro de la Maestranza de Sevilla sigue haciendo encaje de bolillos para mantener el volumen de programación razonablemente intacto -120 espectáculos la temporada que viene- sin arañar demasiado su calidad ni someter su taquilla al riesgo acechante de provocar demasiadas deserciones: este año, los precios de las óperas suben alrededor de un 8%.

La encrucijada es genérica, amenaza a todos los teatros de España –aunque a unos más que otros: el desequilibrio territorial también es cultural y Sevilla, salvo el espejismo de la Expo, nunca jugó en las grandes ligas musicales del país– y podría formularse en una ecuación sencilla: cómo mantener hoy el tipo cuando los teatros de ópera, como el Teatro de la Maestranza, que hasta antesdeayer lucían como “joyas de la corona” hoy sufren el desafecto de una clase política que ya no parece creer que disponer de un buen teatro y una buena orquesta sean la columna vertebral de ningún modelo moderno de ciudad, sino solo cargar con unos paquidermos de gran tonelaje que suponen un pesado fardo para los (exiguos) presupuestos de cultura.

La consigna parece ser simple: un teatro de ópera de provincias con 1.800 butacas de aforo no está hoy para muchos lujos.

La respuesta artística del Maestranza a la encrucijada es, como la de tantos otros espacios escénicos, acantonarse en el gran repertorio a riesgo de incurrir en repeticiones y de no arriesgar lo más mínimo. La consigna parece ser simple: un teatro de ópera de provincias con 1.800 butacas de aforo no está hoy para muchos lujos.

Esa política regresiva cristaliza en una temporada de 5 títulos –en realidad, cuatro, pues uno, ‘Un avvertimento ai gelosi’, es una “ópera de salón” que Manuel García propuso como ejercicio a sus alumnos en 1831: con voz y piano, solo se da una función- dominados por óperas ya vistas en el Teatro: ‘Tannhäuser’, de Wagner, de la que se pondrá esta vez la “versión de París”, que incluye un ballet; ‘La flauta mágica, un Mozart infalible; ‘La bohème’, de Puccini, “top ten” de los imperecederos 40 Principales de la lírica y, como única novedad, la ‘Anna Bolena’ de G. Donizetti: un “hit” belcantista que recrea la época Tudor. Todas, menos Donizetti, concentradas en su batuta por el propio director artístico del coliseo, Pedro Halffter. Las puestas en escena, sin embargo, pueden deparar alguna sorpresa, ignoramos si buena o mala pues los escenógrafos en liza –Thorwald, Vick, Andó, Livermore– pueden ser capaces tanto de lo uno como de lo otro. En los repartos vocales, el buen aficionado deberá consignar el ‘Tannhäuser’ por la presencia de Peter Seiffert y Ricarda Merbeth, wagnerianos acrisolados, y ‘La bohème’, pues Anita Hartig, José Bros y el excelente barítono Juan Jesús Rodríguez forman un atractivo reparto.

Ya ven que la propuesta no suscita ni sorpresas ni entusiasmos… Es simplemente el resultado del poco margen que tiene ahora un teatro que llegó a presentar 11 ó 12 títulos en 2009

Ya ven que la propuesta no suscita ni sorpresas ni entusiasmos. Es simplemente el resultado del poco margen, por concederle alguno, que un teatro que llegó a presentar 11 o 12 títulos en 2009, se puede permitir hoy jugándoselo todo a apenas 4. La baraja del Maestranza es corta y va marcada.

Imagen de la Orquesta Barroca de Sevilla.

Imagen de la Orquesta Barroca de Sevilla.

El resto de la programación, que prácticamente prescinde de la sala pequeña salvo para alojar cuatro espectáculos de danza contemporánea aún indeterminados –esto, prescindir de la sala pequeña, cuyos costes mucho más ligeros permitiría liberar al teatro del conservadurismo, arroja alguna duda sobre la capacidad de imaginación y de inventiva- tiene una novedad escondida que promete ser interesante. La Orquesta Barroca de Sevilla (OBS), una formación soberbia en su género que lleva más de 20 años sobreviviendo milagrosamente a todo tipo de desaires y penurias, aterriza en el Teatro de la Maestranza, donde nunca fue demasiado querida, gracias a que ella solita acarrea un patrimonio incontestable: unos 700 socios dispuestos a ir a escucharla donde sea. La inestabilidad constante de la sede de los “barrocos”, que en los últimos años han mudado de escenario varias veces, ha derivado, casi por carambola y por los buenos “haceres” de sus responsables y de la gerencia del Teatro, en que el Maestranza se encuentre ahora con 3 conciertos estupendos que se autoorganiza la propia OBS: uno dirigido por la maravillosa violinista Amandine Beyer; otro dirigido por Ricardo Minassi y con la emergente soprano francesa Julie Fuchs cantando a Haendel y Vivaldi –otra cita que promete- y otro más con el barítono José Antonio López en un monográfico Bach quien, como decía Strehler de Mozart, “es un corcho que siempre flota”. Hoy lo llaman “una apuesta segura”.

Recitales de Sondra Radvanovsky –tremenda soprano americana que llegará en pleno estrellato internacional- y de nuestra mezzo María José Montiel; una cuota de ballet reducida al Nacional de Letonia –la canónica ‘Bella durmiente’- y al de Víctor Ullate revisando un ‘Amor brujo’ de Falla que, de hecho, estrenó precisamente en el Maestranza hace ya años- dos píldoras de jazz –la pianista Hiromi Trío, célebre por sus directos contundentes; pero se acabaron las grandes glorias del jazz que antes desfilaban, aunque fuera en su vejez, por el escenario del Maestranza- y la nueva “chansonier” Madeleine Peyroux, que repite en el Teatro y dos pianistas, la argentina Gabriela Montero –sí, la que toca habitualmente los temas que el público le pide, en plan ‘Clásicos populares’, pero ejecutados en directo- y el sevillano Juan Pérez Floristán, lanzado como la nueva estrella del pianismo nacional tras ganar el último Paloma O´Shea, son otras citas relevantes de una temporada, que como todos los años pares, viene marcada por una Bienal de Flamenco que ocupará el teatro 11 ó 12 noches.

Cogido en su condición, cada vez más notoria, de “teatro familiar” que le obliga a guiñarle un ojo al público mayoritario; acuchillado por una crisis financiera que ha colmado la paciencia de su directora gerente, quien ha renunciado a continuar en su puesto más allá del final de su contrato; tratado con mucho desdén por un entramado de administraciones que, o bien han guillotinado sus aportaciones (Ministerio, Junta) o incluso están en franca retirada del consorcio abandonando a su deriva al lujoso trasantlántico (Diputación); el Teatro de la Maestranza se enfrenta a una encrucijada de inquietantes incertidumbres empezando por su estabilidad presupuestaria: en la presentación de la temporada, con una mesa presidencial copada por los políticos y el director artístico y de la que quedó sorprendentemente excluida la gerente, nadie aludió a la deuda y ninguna autoridad mostró algún plan de viabilidad, ya fuera o no solvente.

Porque, aunque parezca imposible para un escenario que tanto brilló y tanto placer nos dio, todo podría ser, incluso, peor

Mientras los enigmas se aclaran y los conflictos se apaciguan, como su tensa relación con la Orquesta de Sevilla, que ensaya y actúa en un teatro con el que ahora ha entrado en guerra abierta por la falta de acuerdo y de diálogo entre sus dos directores artísticos, y mientras un nuevo gerente aparece, el Maestranza sigue haciendo su anual encaje de bolillos que, bien mirado, no es poco. Porque, aunque parezca imposible para un escenario que tanto brilló y tanto placer nos dio, todo podría ser, incluso, peor.

Juan María Rodríguez

Autor: Juan María Rodríguez

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