Elizabeth Fremder (III)

Autor: Rafael Martín || Fecha:   Creación, Ficción, Firmas, Letras, Varios

Tercera entrega de una serie del joven autor Rafael Martín, que iremos publicando cronológicamente de martes a viernes...

Lee aquí Elizabeth Fremder (I)

Lee aquí Elizabeth Fremder (II)

Jueves

El paseo marítimo estaba lleno de gente caminando, la mayoría con ropa de baño, la mayoría extranjeros de vacaciones con ojos sacádicos, incapaces de centrar su atención. Sentado en la terraza del chiringuito, Amitai Fremder, se sentía seguro sobre su anonimato con unas gafas negras de sol, anacrónicas con respecto a sus arrugas. Esto no se parece nada al mar muerto, pensaba, observando la arena tan llena de gente que apenas sí se veía la orilla, sólo una franja azul de mar asomando por encima del otro mar creado de sombrillas. Miró su reloj y después al sol, trazó una mirada desde un extremo al otro del paseo marítimo, atento, buscando, con las cejas enarcadas. Allí había empezado todo, allí había creído ver su mujer a Soeren Sommer sentado en esas mismas sillas y allí se había perdido después entre el gentío. Amitai no lo llegó a ver, Elizabeth sí. Esos ojos, dijo aquella vez, yo he visto antes esos ojos.

Una mano se posó suavemente sobre su hombro, y Amitai cerró los ojos sintiendo una desesperanza animosa. Sabía quién era, lo que diría a continuación

– ¡Vaya, vaya! Herr Fremder.- Dijo una voz con leve acento alemán.- Es la primera vez que me puedo acercar por tu espalda sin que sientas mi presencia. Estás perdiendo facultades.- Amitai se levantó con dificultad, ayudado por aquel hombre de ojos apagados y sonrisa triste. Se dieron un largo abrazo, añorado, hibernado y estiado durante largos lustros y cortas décadas.

– ¡Cuánto me alegro de verte!- Dijo Amitai tocándole incrédulo la cara.

– ¿A quién estabas buscando tan atentamente?- Preguntó mientras bromeaba escudriñando la calle como había estado haciendo su amigo.

– A vos, por supuesto.

– No, no, no, no, a mi no me buscas, a mi me esperas. ¿Quién es? ¿Quién se esconde aquí?- Se sentó en una silla junto a Amitai y puso una bolsa de papel con asas apoyada sobre la pata de la mesa que los separaba.

– Daniel, no seas indiscreto. ⦁ ¿De qué te preocupas? Nadie nos presta atención, ¿acaso no elegiste este sitio por esa razón?- Daniel se recostó en la incómoda silla metálica.

– No tenía ninguna razón.- Dijo Amitai apartando la vista hacia las demás mesas a su izquierda.

– Amitai, amigo Amitai, tú nunca has hecho nada en tu vida sin tener una razón.- Dijo Daniel disfrutando con la incomodidad de su amigo. 

– ¿Nada?- Preguntó ofuscado buscando los ojos que le hablaban.

– Hasta cuando te equivocas diciendo algo, tiene una intención.- Daniel miró a ambos lados y se acercó, bajando el volumen.- Tus lapsus a mi no me engañan, como ese famoso tuyo de confundir tu nombre… quizás a otros. Somos lo que somos, nosotros no cometemos equivocaciones tontas, por eso hemos llegado a viejos, por no dejar nada al azar. 

– ¿Sigues en activo?- Preguntó Amitai cambiando de tema.

– ¿Estoy aquí?- Daniel volvió a recostarse en su asiento.

– ¿Funcionará?

– Eso depende de ti, lo mío seguro que funcionará. Sobreentiendo que estás aquí solo y que poca gente lo sabe. ¿cómo pretendes escapar, Herr Fremder?

– Escaparé.- Respondió Amitai seguro de sí mismo.

– Sí, corriendo, ¿Te has fijado en que somos dos viejos débiles?- Daniel levantó su brazo izquierdo y su camisa corta dejaba ver la piel que le colgaba.

– Aún me quedan fuerzas.- Dijo Amitai sonriendo al ver los brazos de su amigo, tan parecidos a los suyos

-Con nuestra edad, confiar en que el cuerpo no te fallará es dejar el éxito de la misión en manos del azar, ¿en qué piensas?

– ¿Desea algo el señor?- Preguntó el camarero a sus espaldas, sobresaltándolos.

– Sí.- Dijo Daniel frotándose las manos.- Un té helado, por favor.

– ¿Saben algo de esta misión tus superiores?- Siguió preguntando con el camarero ya a unos metros de ellos.

– ¿Mis superiores? Unos pendejos a mi lado. A ellos ya no les interesa un nazi que no sale en los libros de la historia negra de la humanidad o en la lista de los más buscados, por éste no hay recompensa, no es Aribert Heim. Hezbolá y Hamás son las prioridades hoy en día. Tengo que hacerlo yo o nadie lo hará, no importa lo que ocurra conmigo.- Decía Amitai en voz baja.- ¿Acaso crees que pasaré un sólo día en una prisión de algún país? Por favor.

– No importa lo que ocurra contigo, importa la exposición que haces de las personas que has decidido que te ayudemos esta vez.

– Las personas que me ayudan…- Hizo un silencio indeciso.- saben lo que hacen.

– ¡No me digas!- Contestó Daniel mostrándole su nueva dentadura blanca en una inmensa sonrisa.- Siempre has vigilado y después utilizado a algún civil con tus trucos de seducción y perspicacia; seguro que tienes ahora mismo a alguno trabajando para ti, sintiéndose un héroe por una vez en su vida, siempre te gustaron los que estaban atormentados con su pasado, eran más fáciles de manipular. ¿Le has asustado ya diciéndole que no se asuste?

– Tonterías.- Dijo Amitai tirándole una servilleta amistosamente en el pecho mientras el camarero traía por fin su té helado.

– Sí, tonterías….- Daniel cambió el tono para que su amigo no se anduviera con más rodeos.- ¿Él te ayuda a escapar, entonces?

– No.- Contestó Amitai, serio, llevando su mirada de nuevo a la playa.

– Estoy en lo cierto de que tienes a alguien en tu red. ¿Correcto?

– No estará en peligro.- Amitai se sentía invadido cuando alguien le mostraba cuánto lo conocía, cuán previsible era él también para quien pudiera apreciarlo, que no eran muchos.

– ¿Recuerdas Munich?- Preguntó Daniel seguro de la respuesta.

– Espero que nadie lo olvide nunca.

– ¿Recuerdas el edificio desde el que se veía el aeropuerto?- Siguió con media sonrisa.

– Sí, los tejados.- Los ojos de Amitai se iluminaban al recordar la aventura.

– Exacto, nos vimos obligados a escapar por los tejados. Casi nos matamos.

– Pero aquí estamos.- Se acercó a su amigo y bajó de nuevo el volumen.- Y ellos no.

– Tampoco entonces éramos unos chavales. Si te vieses en una situación comprometida como esa, ¿qué harías?

– Ese asesino es mayor que yo, debe de estar postrado en una cama, ¿me perseguirá su mujer?

– La policía.- Dijo Daniel haciendo un gesto con la barbilla hacia un coche patrulla que estaba aparcado en el límite del paseo marítimo.

– Pues ven conmigo… como en el pasado.

– No, amigo, eso terminó para mí.- Dijo tajante. Aquello no era discutible ni negociable para él.

– Pero aquí estás…- Amitai miró la bolsa que Daniel había dejado apoyada en la mesa y siguió hablando.- No te preocupes por tu orto, estará a salvo… como ya te he dicho, no me importa lo que me pase… a mi. Lo demás está todo atado.

– ¿Qué diría Elizabeth de todo esto?- Preguntó Daniel melancólico.

– ¿Quieres saber lo que diría Elizabeth de todo esto?

– Me encantaría.

– Este hombre mató de un tiro a su madre y ella estaba allí.- Empezó a decir Amitai con rabia en los ojos, los labios y las palabras.- Era el hijo de un alto cargo de las SS y se paseaba con su padre por el gueto con un traje de soldado raso. Un día, mientras caminaba agarrada de la mano con su madre, se cruzaron en la ruta de vigilancia que hacían. Su madre agachó la cabeza y pasó de largo. El hijo, de no más de diez años ¡Este hombre!- Dijo plantando un dedo firme en la mesa con el resto del puño cerrado.- Le dio el Alto y le preguntó por qué no había saludado. Sacó su pistola y le obligó a besar la insignia nazi que su padre llevaba colgando del pecho. Elizabeth me contó que su madre besó la insignia y este hijo de mil putas le disparó en la frente después. Ella se quedó agarrada a su mano mientras se marchaban entre risas.

– Es terrible, no lo sabía.- Dijo Daniel con ojos de vidrio, agrietados, casi líquidos.

– No tenías por qué saberlo, pero es la realidad, y no querer hacer justicia, pasen los años que pasen, es aceptar el olvido como forma de vida. Hay cosas que no se pueden olvidar.- Sentenció Amitai negando lentamente con la cabeza de un lado a otro.

– De todas formas, era un niño cuando hizo eso, estaba totalmente manipulado.

– Un niño que mató a muchos así, que escapó de Alemania con su padre.

– Pues llama a la policía de aquí, que sepan quién es, que sea juzgado.

– Te voy a contar cómo sería la historia, porque, entre otras cosas, no sería la primera vez que pasara. Algún país exigiría un juicio por alguna muerte, lo extraditarían, y a partir de ahí o lo liberarían por falta de pruebas y testimonios directos, lo liberarían porque un anciano ya no supone ningún peligro para nadie, o lo liberarían porque tiene que ocuparse de su mujer enferma… esto ha pasado. Y no sólo con nazis, ¿recuerdas a Pinochet? ¿acaso no maduró la humanidad cuando vio en directo cómo se levantaba de su silla de ruedas? De todas formas, ¿qué me cuentas? ¿tú formaste parte de la búsqueda?

– Pero, ¿No te has cansado del ojo por ojo?- Preguntó Daniel entristecido.

– ¿Se han cansado ellos de esconderse? Yo no me he cansado de buscarlos. ¿O acaso alguno se ha entregado a la justicia en estos años, arrepentido y atormentado? ¿tenemos nosotros?.. ¿tengo yo que sentirme arrepentido y atormentado? ¿tienen que morir sin que nadie les esté buscando? No, compañero, no pienso darles esa victoria.

– ¿Qué victoria? Perdieron.

– Morirán en sus camas.

– Muy pocos, Herr Fremder, muy pocos.

– Pues esos pocos ganaron, joder.- Había levantado la voz y Daniel le hizo un gesto con la mano para que bajara el volumen.- Cuando muera y me encuentre en el más allá a las personas que fueron asesinadas, cuando me encuentre a esos millones de almas y me pregunten, ¿Qué hicistes vos que tuviste la fortuna de sobrevivir? ¿Qué tengo yo que decir? Decímelo, querés que diga, luché por daros justicia durante un tiempo, ¿qué le diré a Elizabeth? Mi vida, me rendí al final, tenías razón, lo viste en aquella ciudad y cuando lo tenía al alcance de la mano, me rendí y lo dejé escapar. Es demasiado tarde para estas boludeces, no a estas alturas, no aquí y ahora. Tuviste tiempo de darme estas lecciones. Mirame, mirate, ¿qué ha cambiado en nosotros más allá de nuestro aspecto?

Daniel pareció inundarse de oscuridad y recuerdos apocrifados, de reflexiones tardías y preguntas ya innecesarias. Se sentía derrotado ante su amigo, ante aquel hombre al que los años no habían calmado su odio.

– Lo siento mucho, por todo.- Dijo cerrando los ojos para evitar que Amitai le viera por primera vez llorar.- Te quiero como a un hermano, espero que algún día puedas sentirte en paz. Espero que vuelvas a la casa que huele a sal, hermano, cuando así sea, iré a visitarte.

Se levantó con ojos apagados y sonrisa triste, puso su mano unos segundos en el hombro de Amitai, dejó un billete de cinco euros bajo su vaso y se marchó dejando apoyada en la mesa la bolsa de papel marrón que había traído consigo, sin mirar atrás, sin que su amigo dijera nada.

Sentado en la cama de su habitación examinaba la bolsa que Daniel había escogido sin sacar la caja que contenía su interior. La miraba extrañado, ningún dibujo ni leyenda adornaba el exterior, marrón, arrugada. Cuando había trabajado con Daniel en el pasado, siempre le había dejado un mensaje en la bolsa o en el paquete que le tuviera que entregar. Era su forma de mantener cierto humor en un mundo tan oscuro. Recordaba Amitai cuando en una ocasión le había pasado un sistema de micrófonos en una bolsa con el dibujo de una tarta, y es que esa semana había sido su cumpleaños. En otra ocasión, la bolsa era de una tienda de ropa cuyo lema rezaba en letras negras: un espejo es tu mejor consejero; aquella vez había reído en la penumbra de un lavabo de metro ante el ingenio de su amigo, ya que el lema del Mosad era en aquel entonces: “Porque con dirección sabia harás la guerra, y en la abundancia de consejeros está la victoria”. Pero, ahora, una bolsa vieja y arrugada, sin colores. Esto es lo que me quiere decir, reflexionaba amargamente, que estoy viejo y arrugado. Rompió la bolsa agresivamente y dejó caer la caja encima de la cama. Era una gran caja en cuyo interior había dos zapatillas deportivas y comprendió su error. Al final, Daniel, había conseguido que se riera, ese era el mensaje. “Corre, compañero”, como ya le había dicho decenas de veces a lo largo de su vida, corre una vez más. Su sonrisa ocultaba la amargura que le causaba haber pensado que su amigo le menospreciaba, lo fácil que le había resultado odiarle durante unos instantes, y se odió a sí mismo, apretando una de las zapatillas entre las dos manos con rabia. Se llevó la zapatilla a la frente e inclinó la espalda hacia delante, cerrando los ojos solemnemente.

Cogió la caja y tirando de una pestaña de cartón descubrió el doble fondo. La pistola era de un negro mate que ningún brillo reflejaba. La cogió con su temblorosa mano derecha sintiendo la ligereza del arma. Tenía una textura que a Amitai le pareció un trozo esculpido y compacto de arena, rugosa. Así nunca dejaría huellas, pensó, ¡qué maravilla, Daniel! La empuñó alargando el brazo hacia la pared, cerrando un ojo para comprobar la dirección del cañón. La acercó a su barriga, cogiéndola como si fuera un bebé y comprobó que, efectivamente, estaba cargada. Era una pieza descatalogada, tenía la total certeza. La metió en el bolsillo para comprobar el peso y el contorno que le dejaba. Apenas pesaría cuatrocientos gramos y era muy pequeña, perfecta, pensó ocultando el arma en la caja fuerte de su armario.

Era de noche, pero aún temprano para que la esposa de Carlos ya estuviera durmiendo. Estaba impaciente, no tenía hambre, sólo quería terminar con aquello. Bajó al bar, esperaría allí, así escogería un lugar adecuado. En el local había dos grupos de personas sentadas en mesas que habían acercado para estar juntos y llenaban la sala de risas ebrias. Javier esperaba atento tras la barra a que algún presente le gritara alguna petición y vio a Amitai en el marco de la puerta observando el espectáculo. Levantó una mano y la barbilla educadamente para llamar su atención. Se acercó a la barra con pasos cortos y apoyó las dos manos sobre la madera.

– ¡Buenas noches! ¿Amitai, verdad?- Preguntó Javier sonriendo al decir su nombre.

– ¡Buenas noches, pibe!- Amitai advirtió el gesto inteligentemente ocultado de complicidad que nadie le había pedido a aquel chico, pero que él agradecía.

– Su amigo de estas noches pasadas, el señor Carlos, ha estado aquí esta tarde.

– Ajá.

– Ha dejado esto para usted.- Dijo sacando de su delantal una carta cerrada, sin ninguna escritura en el exterior, y entregándosela.

– ¿No ha dicho nada más? Un mensaje, ¿nada?- Preguntaba Amitai mirando el sobre discretamente en sus manos.

– Dijo que lamentaba mucho no poder estar aquí, ha tenido que marcharse del hotel, y que lo siente.- Javier también parecía decepcionado.

– ¿Algo más?

– Que lo siente mucho, lo ha dicho demasiadas veces.

– Muy bien. Muchas gracias, pibe.- Dijo dándose la vuelta para marcharse.

– ¿Lo hará esta noche?- Preguntó Javier con voz temblorosa y cierto valor.

– ¿Cómo dices?- Amitai se volvió lentamente, asombrado.

– Que si lo hará esta noche.- El temblor se había marchado de la voz de Javier.

– Pibe, sos muy osado y es de mala educación escuchar a tus mayores a escondidas.- Entornaba los ojos con un sobreactuado enfado que evidenciaba la sonrisa que había debajo. Aún así Javier se sintió cohibido.

– No pretendía…

– No importa, ¿tenés miedo?

– No tengo nada que temer.

– Así me gusta.- Sacó su cartera con una sonrisa satisfecha y entregó dos billetes doblados de quinientos euros al camarero, que mantenía la boca abierta desde que había visto el color de los billetes salir de entre las láminas cosidas de cuero deformado.- Esto es por tu ayuda y la futura discreción. Tomalo como una pequeña beca, aprende algo con él o de él. Hacé lo que te de la gana, es dinero simplemente, no lo mirés más y guardalo.

– Shalom.- Dijo Javier mientras Amitai le dedicaba media sonrisa dándole poco a poco la espalda, marchándose de vuelta a la habitación, con la carta en la mano y los mil perdones de Carlos agarrados a sus pies, ralentizando sus pasos, acelerando sus dudas.

Rafael Martín

Autor: Rafael Martín

Rafael Martín tiene 4 artículos escritos.

Sevilla, 1984. Este animador sociocultural, casi psicólogo, medio sevillano, pero definitivamente andaluz, ha ganado algunos premios de distinto prestigio, como el Barcarola 2012 de relato corto, siendo el ganador más joven en la historia del certamen. Actualmente colabora en Wall Street International Magazine, vive por y para la literatura, pero no de la literatura, como cualquier escritor amateur. Otro talentoso Oliver Twist del mundo editorial. Paciente. A las puertas, con un cuenco vacío esperando la merecida oportunidad de un poco más.